Madison apagó el motor de su Land Rover cuando al fin consiguió estacionar después de varios
intentos. Su mal humor no le auguraba un buen día.
—¿Podemos
entrar?
La
pregunta de su hijo, era lo esperado. Solo a su ex se le ocurría poner un
McDonald como punto de encuentro. «Tremendo imbécil».
—Por
favor, mamá —rogó Olivia juntando las manos en plegaria.
—No
hay tiempo, vuestro padre está al llegar. Pedídselo a él o llegaré tarde a
Montrose para recoger a vuestra abuela.
La
conversación podría haber discurrido por tensos derroteros si el claxon del
Buick, que aparcó detrás suyo, no lo hubiera impedido.
—Es
papá —dijo Williams mirando por el cristal trasero—. ¡No quiero ir!
Madison
se temía lo peor conociendo el carácter de su hijo.
—Solo
serán quince días, mientras operan a la abuela y la traemos de vuelta a casa.
—Ya
han comenzado las clases, vamos a suspender el semestre —protestó Olivia.
Acarició
la cabeza de su hija que a duras penas contenía las lágrimas.
Bajaron
del coche cuando Robert golpeó con los nudillos la ventanilla. A Madison le
irritaba la sonrisa impostada que siempre mostraba su ex delante de sus hijos,
queriendo ser el héroe de la sátira en la que se había convertido su reciente
divorcio. Ella miró con disimulo el flamante coche tratando de comprobar si estaba dentro la
otra, pero por suerte no había nadie. No acertaba a vislumbrar el alcance de su
reacción si la flaca hubiera estado dentro aguardando a sus hijos, pero seguro que hubiera perdido los papeles.
—Adelantaos,
quiero hablar con vuestra madre.
Olivia
y Williams la abrazaron y se dirigieron al coche con desgana. Desde dentro
vieron como la sonrisa de su padre desaparecía mientras su madre hacía
aspavientos con las manos. Nada nuevo en el último año. La conversación se
alargó unos minutos más de lo que Madison hubiera deseado tratando de dejar
claras las instrucciones sobre el cuidado de los chicos. La gente que entraba o
salía del establecimiento miraba de reojo alertados por las voces embravecidas
de aquella pareja.
—¿Puede
fijarse por donde anda? —. Fulminó con la mirada al hombre que tropezó con ella
al entrar. Él no pidió disculpas.
Cuando
el Buick se dirigió a la autovía, Madison necesitó tomar algo. Aquellas
discusiones le daban hambre y sed.
El
recinto estaba abarrotado. Hizo su pedido y comprobó que había un lugar libre
en una mesa ya ocupada. Se acercó al hombre que comía con afán una hamburguesa
y le pidió permiso para ocupar el asiento. Cuando él levantó la cabeza se dio
cuenta de que se trataba del maleducado que la había empujado sin disculparse.
Sin
mucho entusiasmo, el joven le indicó que se sentara.
—Perdone
por lo de antes, iba con algo de prisa.
—Tampoco
estaba siendo un buen día para mí. Está disculpado.
Comieron
en silencio, lo que permitió a Madison mirarlo de soslayo. Era guapo, joven
pero con aspecto avejentado.
—Parece
que va a llover. —No sabía cómo entablar conversación porque dos personas sin
hablar en una mesa era algo desagradable vivido durante años con su ex—. Me llamo Madison ¿y usted?
—Jacob.
—Debes
de tener hambre por lo rápido que has devorado la hamburguesa —dijo tuteándolo
para romper el hielo. Logró sacarle una sonrisa. Ella también sonrió.
—Tengo
que llegar a Montrose antes del mediodía —aclaró él.
Jacob
tenía una voz cautivadora y unos ojos negros que la turbaban sin saber por qué,
aunque parecía escabullir el encuentro con los ojos azules de Madison. Ella se
había relajado después de su segunda cerveza y acercó más la silla hacia él con
la disculpa del ruido del local. Pensó que no estaría mal soltarse la melena de
una vez y divertirse un poco. Quizás alguien le contaría a su ex que la vio muy
a gusto con un desconocido. Sonrió para sus adentros saboreando la idea.
—¡Qué
casualidad! Vivo allí, y en cuanto salga tengo que regresar. Operan a mi madre
y debo ocuparme de ella unos días, por eso he dejado a mis hijos con mi ex. ¿Tienes
hijos?
—Uno,
pero como si no lo tuviera; estudia en la Escuela Preparatoria de Lamar donde
también trabaja su madre.
—Mis
hijos cursan décimo grado de preparatoria también en Lamar. Muy buena escuela
para acceder luego el Bachillerato
Internacional.
El
gesto adusto de Jacob frenó las preguntas que Madison se disponía a hacer;
gesto que no supo dilucidar hasta bastantes horas después.
Los
dos se levantaron al unísono y se dirigieron a la salida. Ella apuntó su número
de teléfono en un papel y se lo dio.
—Por
si un día estás aburrido en Montrose.
Él
tomó la nota y no dijo nada, pero a ella le pareció que la desnudaba con la
mirada. No le molestó, al contrario, y con una sonrisa se dirigió al coche. Estaba a punto de
arrancar cuando él se acercó a la ventanilla.
—Deberías
revisar los neumáticos.
La
autovía estaba colapsada. Se acercaba el mediodía y una lluvia fina empezaba a
mojar la calzada ralentizando la
conducción de los vehículos. Una repentina niebla ennegreció el último rescoldo
de sol que forcejeaba con los espesos nubarrones formando cortinajes erizados
de inquietud. Madison miró el reloj y soltó un respingo; si no se daba prisa
llegaría tarde. Aceleró adelantando de forma temeraria. El teléfono móvil sonó y
puso el manos libres; al otro lado la voz exaltada de su ex le recriminaba la
poca ropa que había puesto en la maleta de los hijos. Respiró hondo tratando de
no alterarse, pero fue imposible. Frenó para colocarse detrás de un Fiat pero
las ruedas chirriaron y perdió el control. Dio un volantazo tratando de evitar
la colisión, pero el crujir dramático de metales y cristales rotos evidenciaron
que se había llevado por delante al otro conductor. Todo sucedió en un segundo
y luego el silencio.
Cuando
abrió los ojos estaba anocheciendo.
—Ha
tenido usted suerte, solo tiene unos rasguños y la placa ha salido bien; no hay
contusiones de importancia. Le firmaré el alta mañana.
—¿Cómo
está la persona del otro coche?— preguntó temiéndose lo peor
—Justo
lo están contando en las noticias. Ha hecho usted un milagro sin querer.
El
médico encendió el televisor de la habitación. La cara de Jacob ocupaba la
pantalla. La reportera explicaba que el Fiat del interfecto había colisionado
con un Land Robert, y la policía había encontrado en el maletero, además de la
documentación, planos detallados de la Escuela Preparatoria de Lamar, un rifle
AR-15, y munición para causar una masacre, según todos los indicios. El
ocupante había fallecido en el acto.
Curioso triller.
ResponderEliminarOooooo! Muy bueno
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