Para
que yo, pirulo erecto, acabara en tu boca,
amada
mía,
fue
necesario un acho espacio,
la
torridez veraniega
y un
chiringuito.
No
uno de playa o costa brava —de esos con techos de cañizo y chundachuda—, no,
sino
uno piscinero de interior: austero, grasiento, municipal… con precios populares
y tuntún de reguetón.
Las Manolas,
tal era el nombre del bareto.
Y allí,
en sus entrañas de panel contrachapado, pegado al barril de cerveza, te vi por
vez primera…
O
para ser más preciso: fijé mi erección —es decir, mi atención—, en tu bikini
diminuto, liliputiense, la tela microscópica y su entorno curvilíneo y tentador…
¡Ah,
qué apetitos, qué abultamientos, qué sugerencias, qué invitación a formar parte
de tu ser!
Enhiesto,
te admiré. Como ofrenda al dios Príapo, la metálica atalaya fue testigo de mi empalme:
la longitud incesante, los poco más de 18 centímetros de punta a punta.
Una
curiosa esquizofrenia me invadió entonces —también ahora—: por un lado ardía,
por otro me helaba.
Días,
horas, mañanas y tardes, contemplaba el devenir de aquellos cuerpos desiguales —especialmente
el de ellas, cuestión de gusto, nada más—, sus bañadores y chancletas, su ir y
venir por el contorno de las aguas, sus chapuzones, sus aguadillas…
Jóvenes
tatuados con vientres de onza chocolatera —tableta blanca o con leche, negra
parcial o negra pura—, casi todos depilados, por cierto; panzudos funcionarios,
mamás de buen ver, chiquillos toca huevos, chicas con poses de revista, y tú.
Tú
con tu horario de mañana, o sea, viniendo a la piscina por las tardes. Tú con
tu imagen prodigiosa; tú con la prenda más pequeña; tú con el culo más
grandioso…
Yo
revestido de colores tropicales, inmóvil tras la barra, ansiando que vinieras y
me vieras. Temiendo que fuera otra u otro —ah, esto último sí que me aterraba— y
que dijeras las palabras más ansiadas.
Y
viniste, sí. Como una aparición divina.
Proyectaste
tu busto en la barra y yo, pirulo erecto, soporté la rigidez con estoicismo.
Dilo, dilo, me dije.
—Dame
un pirulo tropical.
Segundos
después, entré triunfal en tu boca.
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