Estoy sentada en
el baño, para no molestar; en una banqueta dura, muy dura. Son las cuatro de la
madrugada y un pájaro ha comenzado a cantar con una alegría inusitada. Me subo
a la taza del váter para intentar alcanzar el ventanuco. Con la luz de las
farolas quizá pueda verlo. Se oye muy cerca. ¡Nada, no veo nada! Pero es que
ahora, al canto insistente del pájaro, se han sumado los ladridos de todos los
perros del pueblo: agudos, graves. ¡No paran!
Y yo, en la
vulnerabilidad del desvelo, pienso que quizá intentan decirme algo, que saben
que estoy despierta. Después, recuerdo la frase de Arsuaga: «El Universo ni
siquiera es hostil o cruel, es algo mucho peor, el Universo es indiferente».
Así pues, mi teoría de que todos los perros del pueblo y este pájaro que canta
a deshora están intentando decirme algo, es puro romanticismo.
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