La señora Romanescu se quedó
estupefacta mientras contemplaba a aquel hombrecillo de aspecto estrafalario, que
portaba una voluminosa maleta. A pesar de que se lo acababa de explicar, no
acertaba a comprender el motivo por el que se presentó allí, en su morada
campestre, un paraje tan alejado de cualquier núcleo habitado, y que le hacía
desconfiar de sus intenciones.
—¿Cómo
dice que se llama? —volvió a preguntarle extrañada.
El
hombre empujó sus gafas de pasta sobre el puente de la nariz, y le respondió con
una sonrisa en los labios:
—Mandelbrot,
profesor Mandelbrot.
Receló
de aquella mirada que le pareció concupiscente. Trató de disimular sus nervios
y le interrogó de nuevo.
—Y
decía que había venido hasta aquí para…
—Solo
quiero hacerle unas fotografías —la interrumpió—, si me da usted su permiso,
por supuesto.
—¿Fotografías?
¿Qué tipo de fotografías? —inquirió sin disimular un sentimiento de
intromisión.
—Verá,
no es fácil de explicar… —sacó un pañuelo del bolsillo y lo restregó contra las
lentes al tiempo que les lanzaba una vaharada—. Soy científico, más
concretamente, me dedico a las matemáticas. Estoy recorriendo el mundo buscando
ejemplos que expliquen mis teorías. Entiendo que le parezca extraño pero, desde
que supe de su existencia, soñaba con poder conocerla. Es usted exactamente lo
que estaba buscando.
Ya
desde niño, Benoît Mandelbrot se había interesado por la extravagante belleza
de la naturaleza. En más de una ocasión su madre le regañó por no atender a las
llamadas para acudir a comer. Se quedaba absorto contemplando las espirales de
las conchas de los caracoles que guardaba en una caja de zapatos. O tumbado
sobre el césped mirando a las nubes que sobrevolaban el cielo de su Varsovia
natal. O ensimismado ante el plumaje de los pavos reales que su abuelo tenía en
la granja. En más de una ocasión lo encontraron con la nariz pegada a los
flósculos de los girasoles que crecían junto al camino. U orillado al estanque,
tratando de capturar alguna libélula, que luego miraba al trasluz para maravillarse
ante el entramado de sus livianas alas.
Más
tarde, cuando su curiosidad científica le llevó a interesarse por las
matemáticas, trató de encontrar en aquellos patrones naturales algo que los
demás no habían visto. La geometría euclidiana no podía explicarlo todo,
demasiado simple. El orden que surgía del caos debía obedecer a algún criterio,
si no divino, como algunos pretendían atribuir al número áureo, al menos
matemático, como ya adelantara Fibonacci. Simetrías y proporciones estaban
allí, a la vista de todos, esperando a que alguien las explicara usando el
razonamiento científico.
Encontró
ejemplos para sus teorías lanzando una mirada a los confines del universo o a
nuestro interior. Con los actuales medios tecnológicos éramos capaces de ver tanto
lejanas galaxias como la intrincada geometría de nuestro propio ADN. Pero no
hacía falta mirar tan lejos o tan cerca, era mucho más sencillo buscar ejemplos
cotidianos, cercanos.
La
señora Romanescu seguía sin comprenderlo. Su anodina existencia no parecía que
fuese reclamo para que alguien se interesara por ella.
—¿Pero
por qué yo?
—Porque
es usted única.
La
lisonja caló en el alma de la viuda. Sabía lo efímera que es la vida. Su
marido, que jamás regresó de aquella comilona a la que fue invitado, nunca le
dijo nada parecido a un halago.
—¿Y
tendré que desnudarme? —preguntó con cierta vergüenza.
—Tendrá
que mostrarse tal cual es, por decirlo de alguna forma —fue la respuesta de
aquel hombre de peculiar acento.
Benoît
apenas percibió el rubor de la señora Romanescu dado el profundo color verde de
su poliédrica tez. Ella accedió. Dispuso el trípode y preparó luces y cámara
rápidamente para iniciar la sesión, no fuera a ser que la desconfiada cambiara
de opinión.
Meses
más tarde, el fruto de aquel encuentro culminó en la portada del libro que
Mandelbrot publicaría con el título La
geometría fractal en la naturaleza.
Como siempre, en tus relatos hay 'sorpresa' y siempre aprendo algo nuevo. Una forma divertida de acercarse al conocimiento de la geometría fractal. Gracias.
ResponderEliminarAprender es uno de los leitmotiv de mi vida. Un placer compartir conocimiento y gusto por la lectura. Espero sorprenderte también en el próximo. Gracias por comentar.
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