La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 28 de febrero de 2021

BUTRÓN, Tomás Sánchez Rubio.

 



Habían comenzado a planear la acción, con croquis en papel milimetrado, flexo y lápices del 2 incluidos, a principios del mes de marzo. El 22 de abril, San Agapito Papa, se pusieron a cavar el pozo en el patio de una casa cercana abandonada ante la desconcertada y atenta mirada de cinco o seis gatos: un negro agujero como alma de pecador se iba abriendo entre una pileta de agua sucia y un limonero obstinado en seguir regalando sus imposibles frutos a pesar de la soledad reinante.

            Una chapa de gran tamaño maltrecha por el paso de los años, en otro tiempo anuncio de cierta popular bebida refrescante, cubría el abismo al finalizar cada jornada. La tierra húmeda que salía de aquel vacío ojo de cíclope era extendida por el patio que cada semana veía subir su superficie sobre el nivel del resto de la casa, del mar y de la calle.

            El 29 de septiembre, Santa Catalina de Siena, domingo, estaba ya todo preparado. Esa mañana, muy temprano, entraron en el túnel con aire decidido. Los tres habían dormido por la noche de manera intermitente, del mismo modo, ni más ni menos, que en las últimas veintitantas semanas .

            Todo habría sido distinto si el dueño de la librería hubiese accedido a venderle a Clara lo que quería… Aún no alcanzaba a comprender el porqué de su negativa; seguro que para aquel hombre no tenía el mismo valor que encerraba para ella...

            Al final, solo habían tenido que hacer saltar las cuatro baldosas de terrazo desde abajo. Al fondo del cuarto se encontraba la estantería, plena de polvo y de olvido; en ella, en la segunda balda empezando por arriba —tal como Clara lo recordaba de la última vez—, se hallaba el libro de poemas que su padre, un hombre aficionado a las efemérides y a los crucigramas, había escrito a ratos durante años, al humilde resplandor de la farola que daba a la ventana de la salita, a fin de no molestar al resto de la familia ni gastar electricidad. La edición la costeó él mismo de su propio bolsillo.

            Pensaron huir enseguida con el ejemplar, pero la muchacha deseaba leerles algo a sus cómplices: muy seria y en apariencia tranquila, se lo propuso. Clara, Pedro y Anselmo se sentaron en el suelo de la librería. En silencio, bajo la tenue luz que entraba por los visillos de una alta ventana de postigos entreabiertos, empezó, con voz emocionada, por la dedicatoria:

            “A mi hija Clara con cariño. A lo largo de tu vida, nunca cejes en nada de lo que te propongas...”

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