Si supiéramos que los árboles
también nos miran a través de sus hojas
y raíces, como las montañas o los ríos,
o como hacen los meteoritos; descubriríamos
que detrás de cada piedra
una palabra late
a la espera cómplice del guiño
y la grafía.
La eternidad no dura siempre
y está en un continuo movimiento inestable.
Así escribe la naturaleza nuestro destino,
con sus renglones torcidos
y nuestros ojos bien abiertos
a la espera de la próxima hecatombe
que restituya un nuevo orden
y otro equilibrio en el reino de las inmundicias.
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