Unos ojos gatunos, enormes,
entre verdes, grises y azules, me miran desde la pantalla. Esos ojos me
perseguirán pues son los ojos del alma, los de la picardía, los de la derrota,
los del amor, los de la decepción, los del desafío, los de la resolución, los
de la búsqueda de un sueño, los de la felicidad.
Azul azul, verde como el pasto,
amarillo pollito, naranja solar, crema, rojo de vida, azul acero, rosa y
fucsia, turquesa y limón, albaricoque y escarlata, colores básicos que me
acechan, brotan de los vestidos de Mia, salen de los pliegues de sus faldas, de
sus zapatos de baile, de las escenas entre luceros y océanos.
Hollywood y sus estudios, los
edificios artificiales, las callecitas de un pueblecillo, la heladería, el café
salpicado sobre la blusa, el observatorio donde cae polvo de estrellas; de
repente, como con la varita mágica de Campanilla se rompen las leyes de la
gravedad y se vuela, se baila, se ama, se besa.
La primavera, el verano, el
otoño, el invierno, un joven determinado pero frustrado, rabioso con el mundo,
queriendo el jazz como si fuese su amante y su sino; una muchacha pelirroja,
frágil, blanca como el mármol, repleta de pasión por la escena, por la
actuación, ve a ese hombre, lo encuentra ―en una ciudad de millones de
habitantes―, se tropieza con él, choca contra su decepción y su cólera, y
vuelve y lo halla, es el destino, lo inevitable, el porvenir.
Va a audición, gracias, la
próxima; llora de derrota, entra a un salón, oye al pianista y se embelesa, es
él: ¡hay que buscarlo!
Y al fin, se emparejan, son dos
pájaros libertarios que hipnotizados caen en el enigma del amor, en sentir el
aroma del otro, la piel de aquel, el alma gemela, la conversación eterna, las
ambiciones frustradas, el jazz, el teatro, el no lograr en la ciudad de las
estrella nada; la derrota, huir, vencerse, frustrarse; luchar, perseguir el
sueño, perseverar, obstinarse en la idea
Tienen su casa, duermen juntos,
se adoran. Bailan, cantan, no resisten estar el uno sin el otro, se apoyan y…
Mia es ya una actriz, tiene un
retoño y un marido y un Hollywood a sus pies; Sebastian abre su club de jazz,
es feliz. De repente ella entra… se ven de nuevo, él llora en el piano, ella
sueña con su vida junto a él…
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Como un perro que se asoma
contra el viento fresco desde el carro que conduce su amo, como un huracán limpio
venido de la selva virgen, así bebí esta maravillosa película. Ni una gota de sangre, ni un gramo de violencia, ni un
muerto viviente, ni un ladrón maligno, ni un mafioso brutal; solo el destino
del amor, el corazón embriagado de ese resoluto que es Sebastian y de esa
dulzura que es Mía. ¡Salí feliz!
No es el séptimo arte, es el
primero. Escultura pero pétrea, pintura pero enmarcada, teatro pero escénico,
música pero instrumental, literatura pero libresca, arquitectura pero
edificante. El cine las recoge a todas: ¡qué maravilla!
¡Y qué lástima
ser sólo un escritorzuelo!
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