Estaba en la Feria
Artesanal de Manizales, mi ciudad natal, y ¿qué me encontré en uno de los
stands?: a Dora Lucía Yolanda, indígena
Misak, madre de cuatro hijos, casada con Julio Almeida, presentando sobre una
mesa unas pequeñas bolsas con alimentos naturales: quinua, kiwicha o amaranto, tarwi, maca, chía y otras especies
de granos ancestrales de Los Andes.
Dora Lucía lucía su
vestimenta típica: falda
negra, blusa de un sólo color y pañolón azul de lana. Pasé junto a ella, miré
sus productos, se me estranguló el corazón pues eran tan poquitos, tan escasa
su exhibición, trasmitían tanta fragilidad, que, repito, se me arrugó el alma,
se me mojaron los ojos, se me quebró la voz, porque a ella, a doña Dora Lucía,
con su diminutez, con su sombrero ‘Tampal
Kuari’ ―así lo llaman ellos, quienes como buenos guambianos dicen en su
lengua wampi-misamerawan que lo usan
como una manera de conservar sus pensamientos, y lo tejen como una forma de
comunicarse con la naturaleza, los espíritus, los otros y uno mismo―, con su
cantarina respuesta que brotó de su garganta como si salieran pajaritos del monte
a hablar con uno, la vi tan delicada mirándome desde la profundidad de sus ojos
negros cuando le pregunté de dónde eran estos paqueticos, de qué etnia era
ella.
La señora Dora Lucía,
misak vestida de misak, hablando con la dulzura de las gentes del sur, se puso
a contarme su historia abriéndome el bosque de su linaje:
»Desde que tenemos
memoria los misak somos agricultores que cultivamos maíz, papa, café, ulluco,
frijol, repollo, habas y estos granos que aquí le muestro. Pertenezco al
Cabildo Mayor de Guambía. Mi esposo vino de la estirpe de nuestra etnia y
aunque tenemos iglesia católica en el pueblo conservamos las creencias de
nuestros antepasados y nuestra propia justicia ancestral.
»Y, sí señor, nos han
apaleado por siglos, pretendido nuestras tierras como si fuese posible robarnos
los sueños, lo que es de uno, lo que nos pertenece. Pero hoy, no porque nos lo
hayan regalado ni doblegado, preservamos las costumbres propias, la lengua que
es tan sagrada como el agua de los ríos, nuestra vestimenta que nos hace
diferentes de los occidentales a quienes respetamos como humanos que somos, pero
de quienes no aceptamos imposiciones ni malicias.
»Que por qué estoy en
esta Feria, pues señor, porque necesitamos difundir las calidades de nuestros
productos, darlos a conocer a todo el mundo, comerciar con ellos, buscar
clientes. ¿A usted le interesan?
Le
compré dos paquetes, uno de chía y otro de amaranto, le pedí su correo y aquí
está: dorayolanda@gmail.com
Le di las gracias por sus palabras y le dije que si me permitía darle un beso
en la mejilla de despedida. Me miró extrañada, lo pensó, y me dijo que sí.
Sentí su piel oscura sobre mis labios y me acerqué a mi estirpe, a mi familia,
a mis orígenes. Me siento hoy algo de misak, y de seguro, en otra feria,
encontraré también mi tercio siguiente: descendiente de negros; y por supuesto mezclado
de vasco por eso de los frisoles y las arepas.
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