La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

jueves, 29 de septiembre de 2022

LOS CONEJOS BLANCOS, por Gloria Acosta.

 


Alicia: «¿Cuánto tiempo es para siempre?»

Conejo Blanco:  «A veces solo un segundo»

                                               Lewis Carrol

 

 

    El verano en que Safira volvió a casa, mi madre fue a la nave donde trabajaba papá y trajo cuatro hermosos conejos. Safira insistió en ayudarla, pero papá, que llegaba en ese momento desde su despacho, se lo impidió.

—Vas a mancharte ese lindo vestido; tu madre puede hacerlo sola.— Y le dio un abrazo de los suyos, apretado y largo.

—¿Cómo está la futura veterinaria?—le pregunté poniendo boca de conejo y besuqueándole el cuello.

—Hermanita, tengo muchas cosas que contarte—me dijo mientras subíamos a la habitación a desempacar el equipaje; percibí un chispeante fulgor en sus ojos. Safira llevaba nueve meses fuera de casa; el próximo curso yo también ingresaría en la Universidad.

Safira era bellísima. Los amigos del instituto decían que nos parecíamos; sin embargo éramos tan distintas...Ella era tímida, serena, pausada, demasiado reflexiva. Cuando un chico la piropeaba, se encendía como un rojo neón. Hacía lo indecible por pasar desapercibida, ni siquiera tenía cuenta en Instagram. Tomar decisiones la mortificaba durante semanas, y si el fin a un problema requería barajar diversas alternativas, se atascaba en una maraña de posibilidades. No daba un paso sin consultarme.

Yo era el contrapunto: intensa y rápida en resolver cualquier entuerto. Me gustaba disfrazarme y participar en las actuaciones del colegio; declamaba como nadie. No conocía límites ante un capricho; sin embargo era capaz de renunciar a todo para favorecer a Safira. La amaba y ella me adoraba.

A pesar de ser la pequeña, mi desarrollo fue más explosivo que el de mi hermana a todos los niveles; la primera evidencia fue mi talla de sujetador cuando ella aún usaba camisilla. Otras evidencias solapadas quedarían patentes pocos años después.

En casa, papá me conocía mejor que nadie, mejor incluso que mi hermana. «Eres una zalamera, Dalila. Siempre me llevas al huerto», me decía a menudo. Yo era su ojito derecho en aquella época, aunque fuera Safira quien le ayudaba en la granja. En cambio mamá sentía debilidad por ella, así lo he creído siempre por más que nuestra madre trataba de disimularlo. El día que los conejos se tiñeron de rojo todo cambió. Tanto que aún no entiendo qué se rompió en mi cabeza ese día. Papá sí lo supo, de eso estoy segura, porque no volvió a mirarme a los ojos. Mamá se auto engañó para poder soportarlo.

—¡Dalila, Safira ya han llegado todos! Bajen a comer.

La mesa del jardín estaba repleta de comida, como siempre que mamá reunía a la familia en las ocasiones especiales. Y esta era una ocasión especial. La hija mayor volvía al campo después de su primer año universitario en la ciudad. La tradición mandaba sacrificar algunos conejos de la granja familiar, aunque mamá  debía preparar otra cosa para mí. Yo no comía conejo. Aquellos animales con los que jugábamos de pequeñas, eran mis queridas mascotas, sobre todo los conejos blancos, y cuando Safira los agarraba por las orejas y los llevaba a la cocina, la odiaba en silencio. Los conejos se sacudían, gruñían y gritaban. Yo me tapaba los oídos. En cambio papá elogiaba la habilidad de mi hermana para despellejarlos. Mamá les rompía el cuello muy rápido para que no sufrieran; pellizcaba el pellejo de la espalda  y lo cortaba  con un cuchillo filoso creando una abertura. Luego se lo daba a Safira, que usando los dedos índice y medio de ambas manos, los enganchaba  firmemente debajo de la piel; empujando una de sus manos hacia la parte trasera del conejo y la otra hacia su cabeza, rasgaba el pellejo en dos pedazos. Yo contemplaba la escena haciendo esfuerzos por no cerrar los ojos, por no llorar.

—Atiende bien, Dalila. Cuando se vaya tu hermana tendrás que hacerlo tú—decía mamá a sabiendas de que yo nunca sería capaz de matar una mosca, y menos un conejo.

La granja familiar había crecido con nosotras, pese a las escasas ayudas del gobierno. Papá invirtió mucho dinero para industrializarla y abarcar otros mercados. Cuando Safira terminara la carrera de veterinaria podrían incluso dedicarse a la inseminación artificial, y nuestra empresa de cunicultura se distinguiría de la competencia. Esos eran los sueños familiares; pero los sueños no siempre se cumplen, sobre todo cuando algo estalla en tu cabeza y un desatinado plan usurpa de forma inesperada las riendas de tu vida

Ese verano Safira y yo nos pusimos pronto al día. A últimas horas de la tarde subíamos, como  habíamos hecho siempre, a la parte alta de la nave de papá. De pequeñas nos sentábamos allí, en el suelo, por fuera de su despacho. A esa hora él iba a ducharse y nosotras, desobedeciéndole, nos sentábamos al borde de la tarima con los pies desafiando al vacío, apoyadas en la barandilla de madera. Desde allí poníamos nombre a los conejos o los contábamos por si algún empleado se hubiera llevado alguno. Papá los clasificaba en las jaulas por colores. En primera línea estaban los blancos, mis preferidos; yo pasaba horas acariciando su pelaje algodonoso. Luego estaban los pardos, los color canela, los negros, los moteados. Conocíamos a la perfección sus sonidos y callábamos para escucharlos: el cacareo casi imperceptible cuando comían, el rechinar de dientes si algo les causaba dolor, los zumbidos de los machos queriendo cortejar a las hembras. Cuando gritaban o golpeaban con las patas traseras en las jaulas yo me tapaba los oídos y salía corriendo. Aquello no lo podía soportar. En cambio a mi hermana esos animalitos le hacían salivar rememorando el caldero de conejo en salsa de mamá.

 Aquel era nuestro espacio favorito cuando se iban los trabajadores, porque nadie podía oír nuestras confidencias. Fue lo que hicimos ese verano. Hablar y hablar, reír y recordar, y sobre todo planear. Las dos soñábamos a lo grande. Safira con expandir la empresa, yo con la farándula. Así me decía mamá; para ella las actrices eran unas muertas de hambre. «Siempre podrás venir a comer conejo, Dalila». Reíamos remedando a mamá.

—¿Cuándo piensas contármelo?— le pregunté al  tercer día de su llegada.

—Mucho habías tardado.—Su mueca socarrona me dio la razón. El brillo de sus ojos la delataba.

—¿Es guapo?,¿tienes una foto?, ¿te ha besado?—la ansiedad me corroía.

—¡Para, hermanita!, ni siquiera sabe que existo.

—Lo raro hubiera sido que sí lo supiera—le recriminé—¿Cuándo vas a entender que así no llegarás  a ninguna parte?¿ Acaso él también es tímido?, ¡menudo par!

—Lo veo por los pasillos en los cambios de clase, está en un curso superior. Soy invisible para él, siempre rodeado de tías que no paran de....

—¡Basta!—no soportaba el tono derrotista de Safira.—¡Tenemos que hacer algo! Tengo un plan.

Y lo hicimos, muy a su pesar; sin embargo sé que se divirtió ese verano. Al principio me costó convencerla, pero cuando le prometí que yo me encargaría de todo, de hacerle las mejores fotos, de los stories, de los reels, del chat...de todo, cedió. «Prometo que él será tu primer seguidor, te amará para siempre», le dije ceremoniosa. «Podría ser divertido», reconoció al fin. «Jura que sí», le respondí. No lo fue.

Tres meses después, solo yo fui a la universidad. Nadie me culpó del accidente; pero papá había percibido algo distinto en mí: el letal hedor de la envidia. No volvió a mirarme a los ojos.

 

Safira me gritaba en lo alto de la nave. Nunca lo había hecho. Estaba enloquecida. ¡Pero ella solo ponía las fotos!, jamás le había dirigido la palabra. Era yo la que chateaba con él, la que lo conocería ese mismo año; era a mí a quien mandaba audios apasionados cada noche. Se lo contaría todo y él me entendería porque en realidad amaba a la mujer que se escondía detrás de las imágenes, y esa mujer no estaba dispuesta a renunciar nunca más. Safira había perdido la razón, era una extraña; gritaba y pataleaba cada vez más fuerte, como gritaron a su vez los conejos dando golpes con sus patas traseras. Yo me tapé los oídos. La empujé y cayó. Su cabeza se estrelló contra las jaulas. Fue el día en que los conejos blancos se tiñeron de rojo.

 

HUELLA, por Isabel Bermejo

Foto de Isabel Bermejo
 

¿Qué broma es ésta,

la del cruel destino

que no deja su huella

en el camino,

haciendo herida o llaga

en las arenas?

¿Será tanta la pena

que el Universo

expulsa a sus estrellas

y somete a la huella

a no tatuar

sus pasos anodinos?

¿Qué pie descalzo

pisa las arenas,

queriendo hacer camino,

atado a la condena

de no hundir huella

en el suelo salino?

¡Cementerio marino,

devoren tus mareas

de fondo submarino

a este pie que acarrea

la huella de su sino!


A BORGES, por F. Javier Franco Miguel.

 



 

Cuando dicen que el cielo es color rojo

(maestro: ¿tiene algún color el cielo?),

encuentro en unos versos el consuelo

que en su sabiduría fiel recojo.

 

Abro páginas y un poema escojo,

da igual, sobria belleza abre el desvelo

y el elástico tiempo alza su vuelo

eterno y sin medida, en vano arrojo.

 

Lo exterior es tan sólo un decorado.

¡tanto se puede ver sin la mirada!,

maestro, bien lo sabes, sobra el ego.

 

Ya sé que lo que miro no es mirado,

un espejismo es lo visto, no es nada…

Ver de verdad sabrá tan sólo un ciego.

HABLANDO DE ARTE CON JUAN VIDA.


Juan Vida Arredondo (Granada, 1955) es un pintor español conocido principalmente por su obra pictórica aun cuando también ha hecho aportes en el campo del diseño gráfico.

Estudió Geografía e Historia en la especialidad de Historia del Arte y desde 2001 es académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Granada. Desde 1968 ha venido exponiendo su obra que, a lo largo de su trayectoria, ha recibido numerosos premios y distinciones en el ámbito de la pintura. Ha participado además en diversas exhibiciones internacionales de arte, y ha realizado variadas exposiciones individuales en Europa y Estados Unidos.

Es uno de los representantes de la figuración, teniendo su pintura una marcada tendencia narrativa de forma espontánea, sin dejar de lado el elemento pictórico. En lo conceptual, su pintura siempre se ha alimentado de la memoria, apareciendo articulados en ella una serie de elementos que despiertan en el espectador determinados resortes de esa memoria a la vez personal y colectiva. El marcado carácter autobiográfico de su obra se hace presente en sus cuadros de gran formato, quizá una de las influencias más apreciables fue la llegada de su hija, siendo su última exposición “Un cuento chino” testigo de ese cambio personal y artístico.


ENTREVISTA

 

Querido Juan, gracias por aceptar nuestra invitación.

Gracias a vosotros, siempre. Es un placer.

 

¿Cómo y cuándo comenzaste a pintar?

Verás, creo que he pintado siempre, o por lo menos casi siempre. Mis hermanos mayores pintaban, especialmente Pepe, que es uno de esos dibujantes extraordinarios, y en casa de mis padres siempre hubo óleos y pinceles a mi disposición. Cuándo ellos dejaban los materiales llegaba yo y me ponía a pintar, con mayor o menor acierto, pero con una predisposición natural a interpretar en imágenes lo que ves y lo que recuerdas que has visto. De manera que el pintor nace y se hace. Luego, ya en primero de Bachillerato, que entonces se hacía entre los diez y once años, tuve de profesor de dibujo a Miguel Ruiz del Castillo –también vocal del Centro Artístico y Literario de Granada–, que había ideado una campaña de acercamiento de los alumnos de los Escolapios a museos y salas de exposiciones, a la que llamó “Sembremos nosotros para que recojan ellos”. Aquel buen hombre vio en mí la posibilidad de materializar su cosecha y me organizó una muestra individual en una de las salas del Centro Artístico, sin duda el mejor sitio para exponer en la Granada de 1968. La exposición la componían 28 cuadros y en uno de los balcones que daban a Puerta Real se colgó un cartelón en el que se anunciaba la exposición de “Juan Vida, pintor de 13 años”. De ahí que durante mucho tiempo, mis amigos y los no tan amigos me llamaran “el niño pintor”. Lo cierto es que, desde entonces, para mí exponer ha sido habitual.

 

¿Cuáles son tus pintores más admirados?

Los buenos pintores. Desde los de Chauvet, Lascaux o Altamira y generalmente aquellos que empiezan a pintar desde una imprimación oscura a la que le van sumando claridad. Por ejemplo Rembrandt, el Greco, Goya… Pero también los que lo hacen desde una fondo gris, qué tontería. Bueno creo que admiro a los mismos que todo el mundo, como digo, a los buenos pintores, empiecen como empiecen, porque lo que importa es el resultado final, el cuadro solo colgado en una pared por los siglos de los siglos. Además de los que admiro también están los pintores que me importan. En esa lista, que puede ser interminable, escogería a Touluse-Lautrec, Picasso, Matisse, Kirchner, Grosz, Miró, Sorolla, Zuloaga, Hopper, de Kooning, Rauschemberg, Hockney, Kiefer… Y por encima de todos a Velázquez el extraterrestre.

 

Tus pinturas están cargadas de simbolismo ¿En qué temas te inspiras?

Trato de pintar cuadros que cuenten algo que me está pasando. Es lo que en arte se conoce como la verdad del artista. Es decir, cuando cuentas algo que de verdad necesitas contar. No quiero decir que no haya pintado cuadros que no van de esto, ni que sea necesario contar lo que te está pasando para hacer un buen cuadro o un buen poema, el arte es por definición una mentira, una trampa al ojo, pero cuando esto pasa te puedo asegurar que el espectador lo nota, lo ve, lo siente.

Lo importante es tener la habilidad para que eso que es tuyo sea también de todos. Pasar de lo personal a lo universal.

Mira, hay una norma en el simbolismo de Mallarmé que es definitiva para entender de qué va la cosa. Dice así: “Aludir, eludiendo”. Es decir nombrar si nombrar o mejor dicho, nombrar nombrando las cosas que hay alrededor del sujeto. De eso se trata, de colocar sobre el lienzo los argumentos necesarios para que cada espectador complete el cuadro, lo interprete a su manera, le evoque algo de su vida como si fuera verdad.

 

La exposición “Un cuento chino” ha recorrido numerosas salas de nuestra geografía

Esa exposición, que estuvo en 2015 en Guadix, en el Palacio de Villalegre, siendo alcalde González Alcalá, que también es padre adoptivo, es un buen ejemplo de eso que te digo de la verdad en el arte.  La muestra la forman 13 cuadros y sus correspondientes textos que dan cuenta de las emociones del viaje hacia la paternidad que hice entre 2004 y 2005. Como bien dices, sigue exponiéndose por nuestra geografía, la última vez fue este mismo año en la Fundación Antonio Gala de Córdoba.

 

¿qué significa para ti este trabajo?

Ya te digo que se trata de una necesidad que creció en mí al pasar por el proceso de adopción de mi hija. La conmoción fue tan fuerte que empecé a pintar cuadros que iban contando esas emociones. Además, y de forma paralela a las pinturas, fui escribiendo un pequeño relato sobre las mismas sensaciones, que no era ilustración de los cuadros ni los cuadros lo eran del texto. Cada cosa por su sitio de forma paralela, que dieron lugar a la exposición “Un cuento chino”.

 

Tu obra tiene un marcado carácter narrativo, todas parecen contarnos una historia que no tiene por qué coincidir con la que tú pretendías contar. ¿Te interesas por la impresión que los visitantes de tus exposiciones tienen de tu obra?

 Lo cuadros, las novelas, las artes en general tienen sentido cuando se cierra el círculo de la comunicación. Es decir, cuando el lector o el espectador las interpreta y las hace suyas incorporándolas a su experiencia personal. Eso está claro, pero es que además, en gran medida, esto se hace porque necesitas hacerlo, porque hay algo que te impele a subir al estudio y pintar, porque necesitas contárselo a los demás y necesitas también que los demás te quieran. La vanidad es la moneda de cambio más frecuente y valiosa en esto del arte.

 

¿En qué momento, la pintura pasa de ser una técnica de representación a ser un lenguaje?

Esta es una pregunta compleja y sencilla a la vez. La pintura es un lenguaje por definición. Un lenguaje que tiene unas reglas, una sintaxis y una morfología que se soportan sobre una técnica. Pero la técnica no es solo el soporte, sino que también es significado. Pensemos en la pastosidad circular de la pincelada de Van Gogh para expresar la tormenta que crecía en su cerebro, o en la pincelada lenta y corta de Hopper para expresar la lentitud de las horas perdidas en la habitación de un hotel. Eso es muy importante de comprender, porque no es solo estilo, no es únicamente recurso técnico, sino que ese recurso, esa determinada forma de aplicar el color y la línea, son también significado. Es decir, no se pueden separar el uno del otro de la misma manera que no se puede separar el canto de la voz que lo canta.


jueves, 22 de septiembre de 2022

DICHOSA CONTINUIDAD, por Carmen Hernández Montalbán.

 


Sólo un paso nos acerca más a la meta. Tomaba impulso cada día, sin pensar, como otras veces, que el abismo me habría de tragar sin remedio. Para mí, un solo paso era una lucha titánica por mantenerme vivo. Mi recuperación era una carrera de fondo en la que me abrumaban los obstáculos: la culpa, el miedo, la angustia, la inseguridad, el cansancio, el vértigo, el abatimiento. Sorteaba cada uno sin detenerme, evitando darles nombre, obviando su presencia. Mi perspectiva de la meta era un límite inalcanzable que parecía borrarse en la lejanía; hasta que dejé de mirarla, de pensarla, centré mi atención en aquellos pasos.

Transcurría el tiempo sin yo advertirlo. Me hice amiga de mis pasos, les estreché la mano y les sonreí. Ahora ya no busco la meta, me gusta dar pasos. Me he enamorado del camino.


domingo, 14 de agosto de 2022

ABSOLEM, Revista de Arte y Cultura, Núm. especial "II Certamen de Relato Breve "El sombrero de tres picos", 14 de agosto de 2022".




  Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) 
por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN: 2340-8634



SUMARIO




RELATOS GANADORES: 








RELATOS SELECCIONADOS: 







sábado, 13 de agosto de 2022

ORIGEN, por Isabel Pérez Aranda.


 

Habito este cielo de manera casual, final de una ruta hacia el origen. Cada giro de pupila acelera campos y lindes superpuestos, sobrepasa la frondosidad de los girasoles, simetría promiscua que engulle fertilidad desmedida y parcelas acotadas. Ampliar su memoria de siegas arrastra el sudor por veredas acuáticas, los álamos compiten oscilantes hacia el vuelo de las golondrinas, singularidad que tiende a olvidarse junto al canto del gallo. 

Y quiso la brisa que aún me es esquiva, caminar sobre mis ancestros, defender su siembra entre surcos de espigas, querer germinar motu propio como ofrenda de vida. – bocas que habrá de saciar– Sobre la tapia de piedras libre de argamasa, dejé también mi piedra, allí el manzano vela la esencia del huerto, lo encuadra de hojas caducas – por días que no volverán– Y al despertar del letargo quise ser siembra, más solo la arcilla trepó hacia mis manos, por miles de manos que fueron capaces. Empuje aquel portón verdigrís, que cedió al interior del vergel, la casa vertía sueños extraños, cautos, algunos confiesan tener esperanza, saltar cada muro, quizás que lo alcancen, y entonces ¿No habrá acaso quien vele todas las pisadas? ¿O solo las aves de fértil plumaje saben el valor de este lugar? – donde habita el dios de las pequeñas cosas– Y acuden las sombras, alquimia de lunas, evidente premura que cuente al arquitecto fiel de los trigales, que cimente su abasto de grano y paja sobre las eras, que confirme raudo los engranajes, donde decaen tardes, y estancias copadas de ausencias. Ante la posibilidad de que el calor aumente él trance. Asciendo en sutil balanceo de escalones, la sencillez de los arácnidos, estáticos al devenir diario extienden su territorio, el espejo se habita de miradas, sus idas y venidas cubren de charlas su acera. El sol sucumbe ante las tejas, deciden las sombras si el jolgorio febril de bicicletas, y el cauce de amplios silencios les conecta. 

A mi partida hay un silencio magistral, apenas escucho sus cantos, no enturbia la siesta este patio, más quiere exhalar su esencia a geranios. Y no hizo falta entender que los mirlos conversan, que le ofrece la hierba un manjar suculento, que todo cuanto existe tendrá su zaga, al igual que en lo alto la peña, despensa pasada por vientos, acepte su planta de capitán alerta. Ya van doce lunas que no vuelvo al lugar, polvorientas rutas descifran… ¿Cuánto más ha de esperar para ser más tierra de siembra? – Tiempo factor de cambio-