Habito este cielo de manera casual, final de una ruta hacia el origen. Cada giro de pupila acelera campos y lindes superpuestos, sobrepasa la frondosidad de los girasoles, simetría promiscua que engulle fertilidad desmedida y parcelas acotadas. Ampliar su memoria de siegas arrastra el sudor por veredas acuáticas, los álamos compiten oscilantes hacia el vuelo de las golondrinas, singularidad que tiende a olvidarse junto al canto del gallo.
Y quiso la brisa que aún me es esquiva, caminar sobre mis ancestros, defender su siembra entre surcos de espigas, querer germinar motu propio como ofrenda de vida. – bocas que habrá de saciar– Sobre la tapia de piedras libre de argamasa, dejé también mi piedra, allí el manzano vela la esencia del huerto, lo encuadra de hojas caducas – por días que no volverán– Y al despertar del letargo quise ser siembra, más solo la arcilla trepó hacia mis manos, por miles de manos que fueron capaces. Empuje aquel portón verdigrís, que cedió al interior del vergel, la casa vertía sueños extraños, cautos, algunos confiesan tener esperanza, saltar cada muro, quizás que lo alcancen, y entonces ¿No habrá acaso quien vele todas las pisadas? ¿O solo las aves de fértil plumaje saben el valor de este lugar? – donde habita el dios de las pequeñas cosas– Y acuden las sombras, alquimia de lunas, evidente premura que cuente al arquitecto fiel de los trigales, que cimente su abasto de grano y paja sobre las eras, que confirme raudo los engranajes, donde decaen tardes, y estancias copadas de ausencias. Ante la posibilidad de que el calor aumente él trance. Asciendo en sutil balanceo de escalones, la sencillez de los arácnidos, estáticos al devenir diario extienden su territorio, el espejo se habita de miradas, sus idas y venidas cubren de charlas su acera. El sol sucumbe ante las tejas, deciden las sombras si el jolgorio febril de bicicletas, y el cauce de amplios silencios les conecta.
A mi partida hay un silencio magistral, apenas escucho sus cantos, no enturbia la siesta este patio, más quiere exhalar su esencia a geranios. Y no hizo falta entender que los mirlos conversan, que le ofrece la hierba un manjar suculento, que todo cuanto existe tendrá su zaga, al igual que en lo alto la peña, despensa pasada por vientos, acepte su planta de capitán alerta. Ya van doce lunas que no vuelvo al lugar, polvorientas rutas descifran… ¿Cuánto más ha de esperar para ser más tierra de siembra? – Tiempo factor de cambio-
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