La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

miércoles, 14 de noviembre de 2018

ÁRBOLES, por Tomás Sánchez Rubio.




            Con las primeras luces, Amalio ya se despierta. Abre los ojos, los cierra. Vuelve a abrirlos. Todas las mañanas igual. No puede volver a dormirse a pesar de que es todavía muy temprano. No obstante, en su cama juega a que sigue soñando: “Trizas, tristezas...” Piensa en el pollo asado que preside siempre la mesa en su casa el domingo... “Trozos de carne asada como ases de corazones... que lloran, que llueven...” Los días de lluvia se hacen interminables.

            Escucha a su padre levantarse. Se afeita con el transistor muy bajito. También percibe cuando, al irse, cierra la puerta tras de sí: la empuja desde fuera para asegurarse de que queda bien cerrada, de que, una vez que haya salido para la oficina, nadie podrá entrar a molestar a su familia. Su padre es un hombre bueno y tranquilo.

            A Amalio le cuesta trabajo levantarse. Sufre con frecuencia anginas y pasa días y días en casa. Él las padece a gusto: escucha la radio, su madre le compra pasteles... No se imaginan sus padres que a veces ha llegado a meterse en la boca cubitos de hielo del congelador para tener fiebre y que le duela la garganta...

            Amalio duerme poco y lo hace mal. Por eso está cansado a todas horas. No le gusta ir al colegio, como tampoco le gusta pasar las noches solo en su cuarto. Seguiría durmiendo en la habitación de sus padres, pero ya es mayor para eso.

            Se consuela pensando que un día acabará todo aquello. Cuando los otros se meten con él en el recreo, Amalio no dice nada. No se defiende. Solo dibuja árboles con muchas hojas muy verdes, con ramas que casi llegan al cielo.

            Cuando llega al mediodía, sigue dibujando en el salón mientras su madre cose en la silla baja y el televisor intenta llamar la atención con ahogadas voces. Sale muy poco, ya que no tiene amigos. Tampoco cree que le hagan mucha falta. Seguro que, si los tuviera, también se meterían con él...

            Cuando llega su padre casi es de noche. Cenan. “Qué serio estás” “¿Te pasa algo?” “¿Tampoco tenías hoy deberes?” “El domingo iremos a casa de los abuelos”.
Amalio se acuesta sin ganas de que llegue el día siguiente. Si al menos fuera ya viernes...

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