Sin lugar a dudas la preocupación y
elaboración de la Historia de las Mujeres ha sido una necesidad ante la
descarada y vergonzosa marginación e ignorancia de la disciplina a la mitad de
la población, exceptuando alguna que otra biografía de mujeres excepcionales. Michelle
Perrot, profesora universitaria en Paris, en el curso 1973-1974, tituló su
asignatura “Les femmes ont-elles une histoire?” (¿Tienen las mujeres una
historia ?).
Se trata de mostrar que las mujeres
han sido ciertamente sujetos de la historia, actrices de la historia con el
mismo título que los hombres. Muchas investigaciones han tomado como objeto la
mujer víctima, rota, abatida, humillada, prostituida. Esto es, sin embargo, una
historia de la dominación y de la opresión que se ha escrito, más que una
historia de las mujeres propiamente dicha. Al lado de esta corriente
“victimista”, también ha habido interés por las mujeres excepcionales, activas
o rebeldes, dando sin embargo, una visión parcial de la historia de las
mujeres. Poco a poco esta se ha ido desmarcando y poniendo el acento en los
“roles naturales” de la mujer, con investigaciones centradas en el cuerpo
femenino y la reproducción, los trabajos domésticos, o las ocupaciones
específicas de las mujeres. Por otro lado y al mismo tiempo, también se ha
propuesto un acercamiento más cultural.
Como los ámbitos o especialidades, en
cuanto a la propia historia de las mujeres, son múltiples, nos vamos a centrar
en el del trabajo, que es actualmente el que me preocupa y ocupa. Y valga como
ejemplo. Tanto las primeras historiadoras de las mujeres que publicaron en
torno a 1900 (Ivy Pinchbeck, Alice Clark…) como las que en los años 70-80
constituirían propiamente la disciplina (Joan Kelly, Joan Scott, Natalie Z. Davies,
Michelle Perrot…) otorgaron un lugar privilegiado al estudio del trabajo de las
mujeres. Ello fue por razones tanto de índole política, por lo del derecho al
trabajo, como meramente historiográficas, donde la historia social era la perspectiva
dominante en historia. Durante esos años la difusión de investigaciones previas
poco circuladas y de las nuevas investigaciones ensancharon significativamente
nuestro conocimiento de las actividades económicas de las mujeres. Por otro
lado, se empezaron a explotar de otra manera las fuentes, haciendo lecturas
diferentes de las mismas, o buscando donde en apariencia no había (Arlette Farge…).
De este modo empezaron a construir un aparataje teórico, que permitiera
explicar por qué y cómo era desigual el acceso a los recursos de mujeres y
varones. Sin embargo, a partir de la
última década del siglo XX, los giros historiográficos y el creciente
predominio de la historia cultural, va a ralentizar las investigaciones
centradas en la economía, aunque no desaparecerán.
En el caso de España, donde los
proyectos y las investigaciones académicas feministas empezaron una década más
tarde, la preocupación primera por la
problemática del trabajo y la propiedad se puede constatar tanto en reuniones científicas
(Jornadas Interdisciplinares) como en publicaciones (Cristina Segura Graiño, Mary
Nash, M. Teresa López Beltrán…) sin embargo, también aquí los cambios
historiográficos van a rolar a lo cultural, lo
que frenará en seco la investigación sobre economía y trabajo. Y como en
otros países va a concentrarse en la época contemporánea y en las profesiones
liberales (sanitarias, educativas y científicas).
Otro ejemplo de la necesidad de otras
perspectivas y miradas ante la Historia, nos la ofreció Merry Wiesner al
indicarnos que las mujeres están en el centro mismo de la economía y no pueden
ser relegadas a sus márgenes. Ella propone prestar atención al predominio
femenino dentro de un área frecuentemente pasada por alto, pero crucial en la
economía urbana moderna: la producción y distribución de bienes y servicios. El
comercio no es solo el gran comercio internacional, es también, e
imprescindible, el pequeño comercio de la ciudad. Pero aún más, ese papel central de las mujeres en la
economía no es solo porque ocuparan trabajos imprescindibles sino porque la
economía más básica -explotación campesina o taller artesano- se fundamenta en
el trabajo de la familia-casa (esposo-esposa-hijos-criados). Y ese trabajo, facilita
el resto de actividades económicas, es decir, para que un hombre pueda ir a su
puesto de trabajo, alguien, una mujer, se ocupa de los trabajos de
reproducción, cuidado, producción y consumo del grupo familiar y social. Este
papel de las mujeres en la economía sigue aún oculto, de ahí que una parte de
la tarea a realizar, si queremos hacer una historia crítica, es situar a las
mujeres en el centro de la producción económica de cada periodo y lugar.
Se insiste hoy en la necesidad de no
analizar más la vida de las mujeres de forma aislada y confrontarla a la de los
hombres. Es decir, ver cómo se jerarquizan los roles, como se articulan las unas
con los otros para reconocer conflictos, concurrencias y solidaridades. Este
acercamiento nos llevaría a la historia de género –de las mujeres y los
hombres-, la cual demostraría que estas relaciones no son resultantes naturales
de las diferencias biológicas, sino más bien construcciones sociales que
evolucionan, se modifican, se deconstruyen y de reconstruyen. Particularmente,
no tengo claro si es conveniente pasar a una historia de géneros, con las
lagunas que aún tenemos en cuanto a la Historia de las Mujeres.
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