No vive
tanta gente como dicen
en esas
flamantes casas del nuevo barrio
costero:
todas tan iguales, tan perfectas,
tan
lógicamente confortables y apretadas.
Son
moradas de penas, placeres efímeros
y de otras
cosas sin importancia,
pero están
casi vacías.
Allí se ve
a televisión y se escucha música
hasta
altas –o bajas, según- horas de la madrugada.
Son
hogares con balcones que no dan demasiado
a la
calle: salientes, cuadrados, tristes
pechos de
parca almidonados.
de quienes
creen olerlo en aceras recalentadas,
en bares
atestados de sudor opaco
y falsos
amantes satisfechos.
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