Sabes
que aprovecho las primeras horas del día para caminar por el parque situado al
otro extremo de la ciudad. Es en realidad un jardín botánico de especies autóctonas, plantas tropicales y
un pequeño estanque con nenúfares. A un lado y otro de los caminos de tierra,
hay algunos bancos de madera sin tratar, renegridos y húmedos a causa de la
lluvia. Por allí no hace mucho que andaba un hombre de ropas harapientas tumbado
más largo que ancho sobre el banco del sauce.
Mientras
camino, las primeras luces del día van iluminando las copas de los árboles y
las palmeras, después los setos y el romero, hasta que los rayos de luz van a
quebrarse en las agua del lago. Se escucha el improvisado compás de los pájaros,
la rápida carrera de la ardilla en dirección al agua cristalina de la acequia. El
ratón campero cruzando el senderillo hasta dar a los campos del otro lado del
río, ahora seco y lleno de cantos rodados, para perderse después por donde se estiran las
lagartijas en otoño.
Encogido
y cubierto por una pelotera de trapos el hombre que da de comer a los gatos
duerme. A primera vista llama la atención su pelo desgreñado y crespo, pero al
aproximarme reparo en su frente arrugada, en su piel curtida, en los labios
cuarteados, las manos castigadas y rústicas, las uñas largas y sucias, la barba
demasiado crecida, le ha borrado el rostro; tras las cejas pobladas y gruesas se ocultan unos hermosos
ojos.
Al
percatarse de que me acerco se incorpora
soñoliento.
- Buenos días, me dice ¿Lleva fuego?
- Buenos días, lo siento, no fumo.
Clava
en mí sus ojos negros y profundos, la mirada velada e implorante por la
tristeza me desarma. Baja la mirada como decepcionado.
-
No llevo fuego,
lo siento, pero si me lo permite, puedo invitarle a un café en la vieja
cantina.
-
No me dejan
entrar en el bar gracias.
-
De nada. -Continúo
el circuito deportivo hasta llegar a la cantina y pido dos cafés para llevar.
Vuelvo
al lugar y veo cómo el hombre deslía unas bolsas de plástico y comienza a
repartir desperdicios por diferentes lugares, no entiendo cual es su propósito
hasta que veo aparecer una manada de gatos desperdigados que van saliendo
paulatinamente de sus escondrijos.
-
Aquí tiene, le
alargo el café.
-
Se lo agradezco.
-
Mucho ganado
tiene usted para tan poca comida, sugiero al ver cómo van aumentando el número
de gatos.
-
Hay suficiente
para todo si se sabe repartir. Están asalvajados pero respetan el código.
-
El código ¿Qué
código?
-
El territorio del
otro, los animales respetan eso, y si no, ellos mismos lo hacen respetar ¿ve
aquel que está tuerto? Perdió el ojo a cuenta de no respetar el código. Los
hombres no.
Asiento
y escucho.
-
Los gatos no
esperan nada los unos de los otros, los hombres sí ¿sabía usted que los gatos
callejeros no tienen alma visible?
-
No ¿y los
domésticos la tienen? Algunos sí –me dice.
Me
regocija pensar que tú, Ojos de Uva, puedas tener alma.
-
La mayoría son
gatos abandonados, pero llevan tanto tiempo en la calle hostigados por unos y
otros que andan como si fueran tigres, tigres salvajes pero sin alma. Lo mismo
ocurre con todos los que andamos tirados en la calle.
Sonríe
dejándome ver sus dientes manchados de sarro y nicotina. Siento cierta
repugnancia que disimulo por respeto. Se toma el café en tres sorbos. Reparo de
nuevo en los gatos que acuden recelosos en busca del ansiado aperitivo. Gatos
marrones, romanos, negros, blanquinegros, ceniza, canela, todos erguidos y con
mirada altiva defendiendo lo que a cada cual corresponde en el lugar asignado.
Mientras
los gatos comen, el hombre se sirve de un palillo de dientes para sacar la roña
de las uñas, lo hace sin prisa, concienzudamente, continúa hablando:
-“Ser honesto en un mundo deshonesto es como el que
pela una gallina al viento, se le puede llenar la boca de plumas” -Ríe
escandalosamente-. ¿A que es buena? La escuché en una película americana, Irma
la dulce creo que se titulaba… hay que tener cuidado con lo que se hace y se
dice, algunos lo aprovechan todo, hasta la buena fe. Yo me encuentro en esta
situación crítica por eso mismo, por la mala fe de algunos y por mi mala cabeza
¿A qué negarlo? He pasado las hieles amargas pero a todo acaba acostumbrándose
uno. A mí me gustan los gatos porque son muy independientes, los animales en
general me gustan más que los hombres. El hombre en cambio puede llegar a ser
el animal más maldito y terrible que habita sobre la tierra. No tiene usted más
que echar un vistazo a la historia de la humanidad, es una historia de locos:
guerras, crímenes, represiones, hambres… ¿Y sabe usted por qué es? Porque a un
tigre no le importa lo que piensen las ovejas. ¿Sabe usted algo de la industria
militar? A mí me da en la nariz que es un entretenimiento de algún tío podrido
de dinero, la gente adinerada necesita de muchas cosas para ser feliz. Para
vivir en la calle sólo hacen falta tres cosas: café, alcohol y fuego. Por lo
tanto hoy sólo tendré que conseguir fuego. No me ha ido mal hasta ahora, sólo
necesito descansar un poco más para seguir mi camino. Una sola persona tóxica
en la vida de uno es suficiente para que te hagan la pascua. A mí sí que me la
han complicado, pero me mantendré vivo hasta que pueda comerme sus corazones.
No hablo en sentido figurado, no crea, hablo de arrancarles el corazón si fuera
necesario y comérmelo. En verano puedo llegar hasta la playa y vivir de las
limosnas de los guiris, pero en invierno ¿Qué cree usted que se puede hacer en
invierno? Pues ir a los albergues y dormir en la boca del metro. A veces me
miro en los cristales de los escaparates y no me reconozco. Miro en lo que me
he convertido, me digo a mí mismo. Usted y yo somos parte del sistema pero ¿Cuál
es la razón por la que yo esté en esta circunstancia y usted no? Pues es
simple, es el sistema, al sistema le sobran personas. Apenas un desequilibrio,
un mal tropiezo y pasa uno a ser un excedente ¿Hay alguna solución? Pues… el
que metió la pata ha de saberlo ¿no cree? Pero de momento no hay solución.
Vomitaría usted si le hablara de las reacciones de la gente de a pié al verme
ahí tirado, creo que en el fondo se ven a ellos mismos y no les agrada lo que
ven. La compasión es lo que nos diferencia de los animales ¿Podríamos decir,
entonces, que usted al haberse compadecido de mí esta mañana es más humano que
otros? Podría decirse, pero no sería del todo cierto. Porque no somos ni buenos
ni malos del todo, más bien malybuenos
y buenymalos, sé que usted se estará
preguntando la pregunta del millón: ¿Cómo es que he llegado hasta aquí, hasta
este banco que me sirve de cama prestada? El café lo vale, de modo que se lo
diré: porque decidí ser enemigo a ser amigo, porque me gustan los trenes de ida
y no los de vuelta, el vino que incita al pecado. Porque no creo en Dios y me
faltó valor para ser como el resto del rebaño, porque viví siempre de espaldas
a todo, porque me gustó siempre la emoción de tirarme al vacío sin red, porque
una mujer me arrancó el corazón y lo estrujó entre sus manos viendo cómo yo me
alejaba con las manos metidas en los bolsillos, no la culpo, yo en su lugar
hubiera hecho lo mismo porque no soy capaz de obedecer a los relojes ni me
gustaron nunca los lunes, porque me gusta que me dé el viento en la cara,
descifrar las dudas en mitad de la calle, porque siempre me juzgó mi propio
miedo a la vida y a la muerte, según se mire, porque entre una y otra, la línea
que las separa es insignificante, porque no me gustan las rosas marchitas, o
tal vez porque mi sombra se ha convertido en la de un suicida que únicamente
espera la oportunidad para asestarse el golpe definitivo.
Cuando terminó de hablar me despedí de él hasta otro
día y aunque sigo haciendo el mismo recorrido de siempre nunca más le he vuelto
a ver. A los gatos tampoco. En fin, puede que aun anden por esos caminos de
Dios tras las almas salvajes de los tigres ¿Quién sabe?
Estupendo¡¡
ResponderEliminarIngrata sociedad que a las almas libres vitupera y a las esclavizadoras ensalza.
ResponderEliminarEl café para llevar, recurso muy apreciado en la novela negra, y muy familiar para este que suscribe, Mándame un correo si quieres mi opinión profesional.
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