La de mi infancia en el pueblo,
inmensa en la imagen que guardo,
sus suelos de barro, los botes de lata,
fogones de leña y
despensa cerrada,
mi abuela con su triste figura siempre enredada entre patatas
alrededor de cazuelas gigantes,
chacina secando y garrafas de
cuerda.
Especias en polvo,
vasos de vidrio grueso y ventana al corral
trasero,
cultura de guiso y olla,
carne escasa y los domingos pollo,
aroma de carestía que concedió a la cocina reunión perpetua
y con leche hirviendo los niños crecimos
y los recuerdos
envejecieron.
La de mi madre, de recetas heredadas en pequeño cuaderno,
de arroz con cosas el fin de semana
y de lentejas cuaresmales,
de cartillas leídas frente al duralex,
de encimera y de
taburete,
de aperitivo antes de comer, de natillas y de calcio 20.
Olor a familia , a enseñanza y a hoy comemos restos,
donde todo tiene su sitio y siempre es sitio de consolarse
y con el ruido de la Melita goteando café
en sus filtros
blancos
nosotros nos hicimos hombres sin apenas enterarnos.
La nuestra, alegre y pequeña, que reúne reflexión y prisa,
lo mismo dieta que mal comer,
de deshoras e imprevistos,
de nevera llena de ausencias
y fogones marchitos de no usarlos
y de platos supervivientes a las mudanzas y a los niños,
el ruido de risa infantil mientras ayudan a la tarea
mezclando los ingredientes con preguntas y respuestas,
y con el agua de la pila como soniquete y arrullo
voy perdiendo mi batalla mientras se estrecha mi circulo.
4 de febrero
2015
Luis refleja en sus palabras la vida que llevamos y hemos llevado los nacidos a finales de los 60 y principios de los 70. Versos increiblemente sensibles..."nosotros nos hicimos hombres sin apenas enterarnos".
ResponderEliminarEnhorabuena, Luis,
José Vega