EL VINO Y SU ENTUSIASMO
Mi sangre saturada de antocianos y taninos
confirma que estoy hecho de uva tinta
y que mi cuerpo actúa como una barrica
donde el alma salta de entusiasmo
al comprobar la divina metamorfosis
de cada latido y su roble.
Cada vino late a su manera,
con vida propia, como hacen los dioses;
porque no hay dos vinos iguales
lo mismo que no existen dos catas idénticas.
Cada botella de vino elabora un secreto
que sólo sabe el bodeguero
y aquél que osa beber de su misterio.
Sin conversación no hay vino bueno
porque para que un vino sea auténtico
hay que hablarlo despacio
y beberlo con mimo.
Sabiendo que si lo bebes con moderación
y disfrute
alargarás tu vida y serás un hombre nuevo.
MARIDAJE PERFECTO
I
Al vino y a la cocina
hay que darles su tiempo
para que nos conviertan en comensales
del entusiasmo y su vendimia,
de su buena compañía y su sabio consejo.
No hay brindis en la memoria
que no se haya bendecido antes
con platos y cubiertos
y manjares exquisitos
en un tándem inseparable.
II
Como un barco y la mar,
-de la misma forma
el vino y la
comida-,
elaboran el maridaje perfecto
para surcar los mejores instantes
que la vida
nos ofrece
alrededor de una mesa y sus sillas,
a la hora del almuerzo o la cena
como si fueran el mismísimo
signo de los
gemelos,
las dos caras de una misma moneda.
III
El gran maridaje de la sonrisa y el vino
convierten al sorbo
en divina posesión
de tu boca en la copa
y de tu copa en mi boca,
que torna la monotonía
en el arte del trueque
y en la gloria del beso.
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