(Para Carlos Jiménez, que ya vive en el viento)
Presiento que algún día
volaré sobre las abruptas
y macilentas
cordilleras de la ciudad,
para posarme sobre la copa
de los árboles solitarios del campo
que perciben en la distancia
el rumor del agua,
y solo ven silencio
cuando miran alrededor.
Hoy, que solo soy una palabra
anclada en el puerto calmo
de los días, quiero decir
que me producen vértigo
los árboles perdidos,
a la intemperie,
en la inmensidad de la llanura,
por donde se tienden
los campos de trigo
como guardianes de las sombras.
Hoy, quiero decir
que soy presa del desasosiego
cuando escucho en la distancia
el trinar de los pájaros
sobre el lívido esqueleto
de las ramas solitarias
que sollozan en medio del abismo.
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