(De Mortalmente
vivo)
Tú eres el corazón que late
en el lirio azul de mi ventana.
Pero también el lívido jazmín
oculto
entre las pesadas hojas de mis
libros.
Una dalia dormida,
una rosa quemada,
un clavel que, robado entre las
tumbas,
se estremece en el cuenco de
mis manos.
Me acerco a ti
esquivando incontables mármoles
escritos,
queriendo ahondar en el
misterio de tu nombre
ya por siempre subrayado por
dos fechas.
Tu nombre amado,
tu nombre libre,
tu nombre vivo.
Y me repito,
clavándome las uñas en el alma,
que lo que fue, será,
que el milagro, una vez nacido,
ha de vivir para siempre.
Y regreso confusa al latido de
los lirios luminosos
y al silencio de los jazmines
escondidos.
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