El ciclo primigenio de la
lava
hacia el detritus.
Brotan corolas rojas,
verdes
helechos; bajo el celeste
la selva de nubes
de hoja balanceándose
entre nubes blancas.
Gorjea un río, canta una
cascada
que se desploma en la roca
formando espumas
y arco iris de burbujas.
Pían los pájaros,arriba el volcán humea vigilante.
Desnudos, blancos y
limpios
de cicatrices se bañan
los elfos y las xanas,
vuelan flamencos,
florece el jazmín, croa la
rana.
Felices en su felicidad,
ajenos al monte que
desde arriba les amenaza
en Tir Nan Og hacen el
amor
y cantan evitando hablar
de la ceniza que el volcán
escupe algunas veces.
Y arriba, en cierta cueva
escondida casi en la
cúspide de la montaña
el viejo concilio decide en penumbras
el momento de desatar la
lava.
Entretanto, vacíos de
maldad,
se mueven los duendes y
las ninfas;
ebrios de belleza saltan
sumergiéndose en los
bosques y en los lagos,
aspirando la fragancia
de la tierra, el heno,
el pan reciente y la lavanda,
viviendo sus cuerpos y su
risa
como si, de verdad, no
ocurriera nada.
Desde arriba,
los ancianos sujetan a sus
saurios
que, una vez más,
pugnan por escapar al
valle y se desatan,
tosen con tranquilidad asmática,
dejan estiércol doquiera
que ponen la pisada
y observan con un viejo
telescopio toda la isla
midiendo con su reloj el
tiempo que falta
para dejar caer el otoño
eterno
sobre aquellas hormigas
que abajo,
lejanas, bailan.
(De “Las llaves de
hielo”.-1987)
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