Aquel ciudadano no ha acusado de brujería a la mujer ante el Tribunal que
habrá de torturarla porque creyera que negociaba carnalmente con Belcebú la
ruina de su familia, ni porque la haya visto danzar hasta el amanecer en torno
al Macho Cabrío, o amasar ungüentos con belladona y hojas de álamo y grasa de
niño, o beber la leche de los jarros que reposan en los alféizares de las
ventanas, ni siquiera para vengarse y que sus bienes sean confiscados, sino
porque cuando los inquisidores busquen en su cuerpo la señal del Diablo (una
heridita impía, un pliegue satánico, una pequeña pero obscena mancha, un lunar
sacrílego) él podrá al fin contemplar desnuda a su vecina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario