"Aquella casa me produjo un
miedo especial, de esos que te dejan paralizado por dentro, sin capacidad de
pensar racionalmente, sin obedecer a las órdenes que te envía el cerebro. Iba
de un lado para otro como un zombi, deambulando sin sentido, y la culpa la
tenía aquel señor de la entrada, maldito, con las cuencas de sus ojos vacías,
su sonrisa hipócrita, su cabeza, toda, como el puzle de la tierra del bosque en otoño, cubierto de hojas
multicolores: la superficie de su cuero cabelludo, hojas; sus pómulos, hojas;
su nariz, hojas; sus labios, más hojas. Y su maldita mirada negra
persiguiéndome por dónde fuese. A pesar de todo, algo de él me atraía y sólo
quería mirarle, pero cada vez que le miraba salía corriendo y me tapaba los
ojos, como si temiera que él intentara sacármelos a mí. ¿Por qué a mí? ¿Por qué
a los otros habitantes de la casa no les asustaba el hombre de la pared? Eran
insensibles. O, ya sé: no les asustaba porque ellos habrían sido quienes le
cortaron la cabeza y le sacaron los ojos, y le habrían colocado en esa
superficie verde que simulaba césped, y le habrían cubierto de hojas para que
pasase desapercibido como si estuviese en algún rincón de cualquier bosque en
otoño. Yo, a pesar de la atracción que ejercía, que ejerce, el hombre sobre mí,
he decidido no volver a esa casa nunca más por si decide vengarse con los más
débiles de lo que le han hecho los mayores."
Desde esa primera visita, cada vez
que sus padres le propusieron ir a aquella casa, el niño se negaba porque decía
que un hombre que vivía allí le quería
hacer lo que le habían hecho a él. Después de dar muchas vueltas, de pensar qué
hombre sin ojos, con pelo de hojas, sin cuerpo que sostuviese su cabeza -como
el niño lo describía- podría ser el que vivía en su cabeza, cayeron en la
cuenta de que tenía que ser el del cuadro con la máscara veneciana que colgaba
de una pared de la casa de sus amigos. Hablaron con ellos y decidieron quitar el cuadro y esconderlo
para, después, intentar convencer al niño de que volviese porque el hombre ya
había desaparecido. Lo hicieron. Y un
día volvió, pero cuando miró al lugar que había ocupado el cuadro, preguntó
llorando:
- ¿Qué habéis hecho con
la cabeza del hombre, la habéis matado también?
Y echó a correr escaleras abajo,
aterrorizado.
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