La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 14 de junio de 2015

Hojas, por ANTONIO MORILLAS JIMÉNEZ.


"Aquella casa me produjo un miedo especial, de esos que te dejan paralizado por dentro, sin capacidad de pensar racionalmente, sin obedecer a las órdenes que te envía el cerebro. Iba de un lado para otro como un zombi, deambulando sin sentido, y la culpa la tenía aquel señor de la entrada, maldito, con las cuencas de sus ojos vacías, su sonrisa hipócrita, su cabeza, toda, como el puzle de la tierra del bosque en otoño, cubierto de hojas multicolores: la superficie de su cuero cabelludo, hojas; sus pómulos, hojas; su nariz, hojas; sus labios, más hojas. Y su maldita mirada negra persiguiéndome por dónde fuese. A pesar de todo, algo de él me atraía y sólo quería mirarle, pero cada vez que le miraba salía corriendo y me tapaba los ojos, como si temiera que él intentara sacármelos a mí. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a los otros habitantes de la casa no les asustaba el hombre de la pared? Eran insensibles. O, ya sé: no les asustaba porque ellos habrían sido quienes le cortaron la cabeza y le sacaron los ojos, y le habrían colocado en esa superficie verde que simulaba césped, y le habrían cubierto de hojas para que pasase desapercibido como si estuviese en algún rincón de cualquier bosque en otoño. Yo, a pesar de la atracción que ejercía, que ejerce, el hombre sobre mí, he decidido no volver a esa casa nunca más por si decide vengarse con los más débiles de lo que le han hecho los mayores."
Desde esa primera visita, cada vez que sus padres le propusieron ir a aquella casa, el niño se negaba porque decía que un hombre que vivía allí  le quería hacer lo que le habían hecho a él. Después de dar muchas vueltas, de pensar qué hombre sin ojos, con pelo de hojas, sin cuerpo que sostuviese su cabeza -como el niño lo describía- podría ser el que vivía en su cabeza, cayeron en la cuenta de que tenía que ser el del cuadro con la máscara veneciana que colgaba de una pared de la casa de sus amigos. Hablaron con ellos  y decidieron quitar el cuadro y esconderlo para, después, intentar convencer al niño de que volviese porque el hombre ya había desaparecido.  Lo hicieron. Y un día volvió, pero cuando miró al lugar que había ocupado el cuadro, preguntó llorando:
- ¿Qué habéis hecho con la cabeza del hombre, la habéis matado también?

Y echó a correr escaleras abajo, aterrorizado.

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