Hay duendes que sólo se oyen o se huelen, otros se
pueden ver y tocar incluso. Los hay hasta comestibles como las obleas o los
barquillos. Duendes por aquí, duendes por allá. Hay duendes por doquier, sólo
tienes que ser paciente y fijarte bien para poder descubrirlos escondidos
detrás de cualquier cosa. Están más cerca de ti de lo que piensas. En mi
colegio hay duendes por todas partes, hasta en la sopa hay duendes. Gracias a
que voy todos los días a la escuela he comprobado que hay muchos tipos de seres
mágicos. Los hay buenos y nobles, o delgados y tranquilos; pero los hay también
malotes y con las ideas retorcidas como alambres de espino. Los hay que mandan
demasiado y son muy caprichosos y otros que solo saben obedecer, aunque debemos
saber que para mandar bien hay primero que saber acatar las órdenes y compartir
las responsabilidades. Algunos parecen mosquitas muertas que nunca han roto un
plato, sí, esos que tiran la piedra y esconden la mano antes de que los vean.
Otros son diáfanos y bonachones como el agua que baja por los ríos. Incluso los
hay que se quejan por todo y son muy exagerados. Con solo rozarles o darles un
soplo se echan a llorar como si les hubieras golpeado con un bate de béisbol,
es como si estuvieran hechos de cristal. Estos duendes suelen ser muy
tiquismiquis y mentirosos, no saben distinguir entre lo grave e intencionado y
lo leve y fortuito. Luego están los demás: el duende del comedor, el del
gimnasio, el de la pizarra, el del ordenador, el de los pasillos, el del patio
y el de los libros, que siempre que puede nos engaña y confunde cuando queremos
buscar una página y no la encontramos; por más vueltas que le demos al libro no
aparece, es como si se la hubiera tragado un papel de tierras movedizas. El
duende del comedor, que es muy juguetón, nos hace reír cuando tomamos sopa de
letras; ya que se entretiene, el muy bribón, en juntar letras en el plato y
formar palabras que acaban siendo un chiste la mar de gracioso y que nos
provoca una risa contagiosa, con el peligro que eso tiene cuando se está
comiendo debido a que puede darnos en el gallillo y provocarnos un golpe de
tos. El algodón de azúcar es un duende
que se come y nos hace cosquillas en la barriga. Eso no lo saben todos
los niños, solo lo saben los que son muy observadores y están atentos a lo que
pasa a nuestro alrededor.
Además está el duende Jacinto, es el duende de las
flores y tiene una bicicleta preciosa. En el patio de mi colegio hay una zona
ajardinada que en primavera se llena de abejas y orugas. Allí liban el néctar y
atraen la atención de los pajarillos que buscan el banquete padre a consta de
los insectos. Es un espectáculo ver al duende Jacinto gastarle bromas a las
abejas y asustar a las aves disfrazado de espantapájaros. Los duendecillos
suelen ser muy pacíficos pero a veces se pelean entre ellos. Eso fue lo que
pasó una vez, que se enzarzaron en una gran pelea el duende Gonzalo y el duende
del grito pelao, que se llama Vozarrón. Éste es un duende que tiene malas pulgas, muy diminuto, con un
cuerpo pequeño y frágil; pero que tiene una voz enorme, muy grave y ronca, que
da mucho miedo oírla. Vozarrón piensa que por hablar más alto y gritar con
virulencia lleva más razón que los demás y eso no es cierto. No sabe escuchar
ni estar en silencio. Es muy despistado y no puede estarse quieto ni un segundo
seguido. Gonzalo, por el contrario, es un duende travieso pero que tiene muy
buen corazón. Cuando se equivoca sabe rectificar y pedir perdón. Gonzalo habla
muy despacio y gesticula mucho, susurra más que habla. Cuando el maestro no
encuentra algo siempre dice que, ya ha estado aquí el duende Gonzalo y lo ha
escondido o cambiado de sitio. ¡Bueno, habrá que tener paciencia hasta que
aparezca! –dice. Ni el uno ni el otro saben ganar ni perder. Cuando juegan
juntos siempre terminan discutiendo. Si gana uno, el otro se enfada; que es al
revés, lo mismo. Y aunque a ninguno de los dos le gusta dar su brazo a torcer,
ya que ambos son muy testarudos, Gonzalo suele ceder antes que Vozarrón; que es
un liante de mucho cuidado, de esos que cuentan las cosas a su manera y no tal
y como han sucedido los hechos.
Y por último, está el duende Moraleja, que es muy
sabio y que siempre anda corrigiendo y enmendando a todo el mundo, diciéndonos
lo que tenemos que hacer cuando erramos. Casi siempre lleva razón, la verdad,
aunque en la mayoría de las ocasiones no le hacemos caso. Lo más reciente que
nos ha dicho es que hay veces que una tomadura de pelo, un desprecio, una
palabra mal dicha o un boicot a los compañeros hacen más daño que una patada,
un puñetazo o un mordisco; que tenemos que tener cuidado con lo que decimos y
hacemos para no herir a nuestros semejantes, o sea, a nuestros compañeros de
clase. ¡No sé. Supongo que será así, si él lo dice...!
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