Querido Carlos, háblanos un poco de ti.
Me definiría
como un soñador sin remedio enamorado de la vida que siente la necesidad de
compartir todo aquello que va encontrando en su camino, lo bueno y malo, porque
en el mundo que nos ha tocado vivir por desgracia abunda más lo segundo que lo
primero. No concibo permanecer impasible ante el genocidio del pueblo
palestino, como tampoco frente al negacionismo del cambio climático, la desigualdad
económica, la peligrosa y constante amenaza a la democracia que vemos en ese
resurgir del fascismo o ese patriarcado que tanto se resiste a dejar que
vivamos en paz. Son muchas las causas por las que luchar hoy y mantener un rayo
de esperanza sin duda es complicado, muy complicado, pero necesario.
¿Qué podemos encontrar entre las páginas de Mariposas en la
niebla?
Mariposas en la niebla es una novela que escribí durante el confinamiento cuando me documentaba
para escribir un monólogo teatral sobre las poetas del exilio, doblemente
castigadas al olvido, por su condición de exiliadas y, sobre todo, de mujeres.
Aquella búsqueda me permitió conocer entidades como la Asociación Asturiana de
Niños de Rusia, que me ofreció un material impresionante que han recogido
durante años a base de testimonios de muchos de esos niños y también de sus
descendientes. La epopeya de aquellos niños a los que sus padres enviaron a
Rusia para ponerlos a salvo de la guerra de España tras el bombardeo de
Guernica es una de las historias más impactantes y desconocidas de nuestra
Historia reciente. Y, por desgracia, hoy está más actual que nunca: en apenas
ochenta años hemos pasado de enviar a Ucrania a nuestros hijos para ponerlos a
salvo de las bombas a que tengan que ser ellos ahora quienes nos mandan a los suyos.
Las vidas de
esos niños y niñas podrían dar para una serie de tv formidable y necesaria.
Solos, en tierra extraña, tuvieron que vivir otra guerra, la Segunda Guerra
Mundial. Lo que iban a ser solo unas semanas o meses alejados de sus familias y
de su mundo acabó siendo una experiencia de casi veinte años. Algunos
regresaron, otros se quedaron a vivir en la Unión Soviética porque habían
rehecho allí sus vidas y otros partieron al exilio porque se negaron a volver a
una España que nada tenía que ver con la que dejaron cuando se fueron.
Al final lo que
iba a ser un monólogo teatral acabó convirtiéndose en esta novela que me ha
dado uno de los regalos más bonitos que me ha hecho la vida: permitirme conocer
a Carmen Castellote, una de aquellas niñas de Rusia que vive en México, la
última poeta viva del exilio republicano, y a la que me une una profunda
admiración y amistad. Es una poeta excepcional, amiga de León Felipe, Juan
Rejano y los demás poetas de nuestro exilio y, gracias a haberla encontrado, se
ha publicado su obra completa en España de la mano de la editorial Torremozas.
Uno de sus poemas, “La guerra y yo”, posiblemente uno de los más bellos poemas
antibelicistas que se han escrito jamás, empieza con este verso: “Caminos,
kilómetros de tiempo…” Cuando le pregunté a Carmen qué significaba eso de
kilómetros de tiempo me respondió “Para los exiliados la distancia nunca se ha
medido en metros, sino en años, porque sabemos que jamás podremos volver”
¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?
Se trata de una
novela que no pretende ser un estudio histórico, aunque la mayoría de las cosas
que cuenta sucedieron en la realidad, sino una evocación de lo que aquellos
niños y niñas pudieron sentir. Esta novela habla de la memoria entendida no
como recuerdo sino como aquello que ha formado y forma nuestra identidad,
porque la memoria no es pasado sino presente y, sobre todo, futuro.
¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la
primera publicación hasta esta última?
Por
circunstancias de la vida trabajé durante veinticinco años en el mundo de la
empresa donde fui director regional de un banco británico y más tarde de una de
las constructoras más grandes de este país. Fueron los peores años de mi vida
porque allí aprendí que en ese mundo los valores se supeditan a los resultados
económicos y las personas a los beneficios. Escribir fue mi válvula de escape. Necesitaba
encontrar la belleza que no tenía en mi vida. Quizá por eso en mi primera
novela (La sabiduría del silencio) no había ni un solo personaje “malo”, porque
ya los tenía, y de sobras, a mi alrededor. Ponerme frente al papel en blanco
fue descubrir un nuevo mundo, un mundo que, como un espejo, sacaba cosas de mí
que nunca había visto antes. A aquel libro le siguieron otras novelas y
poemarios que me han llevado a ser como soy. Necesito compartir lo que veo, lo
que vivo, especialmente aquello donde encuentro belleza, y nada mejor que un
papel en blanco para hacerlo.
¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?
Soy lector por
vocación. Leo mucho. Leer es dialogar con quien escribió ese libro, hacerle un
hueco en nuestro corazón, escucharle, dejarle compartir nuestra soledad y que
nos coja de la mano para guiarnos por su mundo. Esta mañana he acabado de leer
“Entre hienas”, de Loreto Urraca, nieta de un policía franquista que en los
años cuarenta colaboró con los nazis en Francia para deportar a los exiliados
españoles. Él fue quien entregó a Lluís Companys a la policía española para que
lo fusilaran. Loreto es su nieta y en su espléndida novela denuncia los
crímenes que cometió su abuelo y nos hace una pregunta muy clara y directa:
“¿Son los hijos y los descendientes de los genocidas y los torturadores víctimas?,
¿Qué hacer cuando descubres que un familiar tuyo es un torturador?, ¿Callar y
mirar a otro lado o dar un paso al frente defendiendo todo aquello en lo que
crees? En la próxima edición de FESCIMED, Festival Internacional de Cine por la
Memoria Democrática, organizaremos un coloquio en el que intervendrá Loreto
como representante en España de la asociación “Historias desobedientes”,
formada por descendientes de torturadores de diferentes países.
Esta tarde he
releído a Shakespeare y su Rey Lear porque la semana que viene tengo una
improvisación en un teatro de Madrid en el que Cordelia, su hija, cuestiona su
autoridad. Es una improvisación en toda regla a la que me enfrento sin saber
absolutamente nada de lo que puede ocurrir en el escenario de la mano de Andrea
Jiménez, que da vida a esa Cordelia y dirige una improvisación que hará cada
día durante dos semanas con un actor diferente que llegará totalmente a ciegas
al teatro.
Durante estos
meses tengo varias presentaciones de la novela y charlas en sitios tan dispares
y atractivos como Ibiza, Puente Genil, Huelva, Murcia, Avilés… y, por supuesto,
no me perderé los conciertos de Bruce Springsteen en Madrid y Barcelona y
acudiré a mi cita anual en Peralejos de las Truchas en esa maravilla que es el
”Greetings from Peralejos”, un fin de semana tributo a Bruce con bandas y fans
llegados de todas partes.
Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?
Llevo un tiempo
embarcado en una nueva novela. Se trata de una historia de amor imposible que
conocí a través de una amiga, una de esas historias que te llegan a lo más
hondo. Y en mi vertiente como actor estoy acabando el rodaje de “La deuda”, la
última película dirigida y protagonizada por Dani Guzmán. En mayo estrenaremos
la comedia “El submarino”, con Luís Mottola y Arantxa de Miguens, sobre la
incomunicación de la pareja y que ha supuesto mi “pérdida de la virginidad” en
la dirección teatral. Y ya para junio pondremos en escena una obra de creación
colectiva sobre “La Retirada” que estamos haciendo desde el taller de teatro y
memoria con los chavales y chavalas del colegio Lourdes Fuhem que tienen
memoria democrática como actividad extraescolar. No soy persona a la que le
guste planificar, pero son tantas las causas que defender y tantos los intensos
momentos que vivir, que ellos solos llenan mi agenda. Y eso que una de mis
canciones favoritas dice algo así como “No tengo planes más allá de esta
cena…”
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