Tuve miedo de
caer en el pánico más atroz, como la niña que un día fui, en otro tiempo
diferente. Tanto que no me reconozco en la mirada que devuelven estas fotos
amarillas. «Tal vez el viento», me dije. Pero no. No podía ser. Yo misma fui al
balcón a comprobarlo. Me supuso un gran esfuerzo, pero lo hice. Nada. Ni un
rastro de vida. Vacío absoluto. Me quedé quieta, esperando en el pasillo. No
quise moverme. No me atreví. Tal vez los nervios hacían bromas a mi costa.
Quizá mi mente zozobraba ya senil. Tanta soledad pesa más que mis muchos años.
Antes, al menos, mis piernas respondían. Podía siquiera caminar.
Ahora ya no.
Las horas y los
días son eternos, sin otra compañía que yo misma y mi reflejo en el espejo. No
hay nadie más. Cada minuto es un terrible consumirse en agonía silenciosa, reloj
de arena menguante, hasta que no pueda valerme por mí misma. Sin nadie que me
escuche, sin almas que me puedan socorrer.
No logro
recordar cómo pasó. Mi memoria es un pantano de lagunas muy brumosas. Conservo
algún retal de mi pasado: me acuerdo del sonido de otras voces, del tacto de
otras pieles y el sabor de las verduras.
Apelo a la
muerte. Pienso a menudo en el suicidio y, sin embargo, me aferro a esta vida
solitaria como el último animal de su especie. Pero las fuerzas me abandonan. Ya
no me sirve aquel bastón que tallé a mano. Mis huesos se resienten. Y mis
nervios. Sobre todo mis nervios.
Conozco hasta el último sonido de la casa.
Este refugio que es mi celda. Fuera no hay nada. Absolutamente nada. Ninguna
criatura con vida. Sólo la niebla anaranjada cubre todo en derredor. El mundo,
o lo que antaño fue el mundo.
En otras
circunstancias, en otro tiempo, habría razones que aclarasen los motivos de
este miedo a la locura. Pero ahora no.
Aunque inválida
y anciana, sigo cuerda. Acaso es mi condena.
Ignoro por qué
sigo con vida. Por qué no fui con los demás. Si alguna vez lo supe lo he
olvidado.
Estoy sola. Completamente
sola. No sé ni cuánto tiempo ni me importa. Soy la última. Afuera no hay nada
salvo niebla y un desierto sepulcral. Ningún signo de flora ni de fauna. Niebla
naranja y nada más. Ni plantas ni animales ni personas. Ni bacterias siquiera.
No existe nada fuera de estos muros. No hay nadie más.
Y ahora de nuevo
esas llamadas en la puerta.
Estoy sola e
impedida. El último ser vivo en el planeta.
Hay alguien
dentro de la casa.
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