La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

viernes, 14 de septiembre de 2018

UN PASEO EN SOLITARIO, por Pepi Bobis Reinoso




Cada vez que se veían era como volver a empezar.  Ella  volvía años atrás y miraba como si todo fuera nuevo.  Él, desde aquel entonces brutal, la esperaba para siempre en la parte antigua de San Cataldo.  Mariana no podía olvidar…

He paseado tantas veces por sus calles que ahora, estando presente, no estoy tan segura si son de verdad o  las que inventé para mí.  Me siento pequeña ante la inmensidad de su catedral románica y hasta un poco perdida, no sé muy bien hacia dónde mirar.

De nuevo en el hotel.  Tomo una ducha muy caliente y me envuelvo en un enorme albornoz azul. Me acerco a la ventana y miro hacia el fondo, no hay nadie en la plaza. Desaparecen las sombras poco a poco, mientras cientos de luminarias van decorando las calles en un sorprendente zigzag. 

Aún tengo el pelo mojado y siento algo de frío, pero no importa, voy a prepararme una buena taza de té y me quedaré aquí.  No puedo dormir sin antes verla brillar.  Mi inseparable cuaderno y su amiga pluma me piden que deje volar mis manos, hasta plasmar el pensamiento más íntimo.

El silencio de la noche no disminuye la esencia de lo vivido. Aquí y allá, piedras cargadas de historia me emborrachan, dejándome saltar a un mundo de fantasías donde gnomos y hadas regalan sonrisas y los duendes de la palabra se adueñan de las mías sin que pueda evitar que vuelen por sí mismas.

Poco a poco el papel se va impregnando con mis propios pasos, flanqueados por ecos puntiagudos  que suenan en mis oídos como voces en blanco.  Son los fantasmas de los sueños que no se resisten a ser reemplazados, pues el tiempo de vivir, llegó para esta humilde voz que traspasó  la puerta de un mundo desconocido.

Puede que parezca extraño, pero las palomas negras me intimidan. Siento escalofríos. Cierro la ventana y me olvido de ellas. He dejado caer mi albornoz; desnuda ante el espejo me doy cuenta que me brillan los ojos, miro hacia la cama y sonrío. 

Volveré a zambullirme en el silencio de mis paseos y seguiré tomando notas en mi viejo cuaderno.  Me iré por la mañana temprano, aunque sé que regresaré a esta balsámica ciudad en cualquier momento, no sé cuando, pero siempre estaré cerca para hacer realidad aquel sueño  que, la vida y el amor me hicieron tejer, a pesar de la muerte y de los años.

En aquel apartado lugar hace ya mucho que sólo hay hojas secas.



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