Cada vez que se veían el verso sesgaba el
silencio,
era un verso mudo,
que cuajado de estrellas saneaba el
templo.
Madre e hija,
vagaban en el desierto,
sonidos sin nombre llenaban sus
bolsillos,
palabras muertas,
balbuceos que hacían temblar las costuras
de los días.
Madre e hija,
dos esfinges, dos caminos desaprendidos,
dos latidos en un pulso de esperanza y
miedo,
firme puntal en el que se reconocían.
Madre e hija,
los lunes fueron dos hermanas,
los martes regresaban,
los miércoles dos amigas se saludaban,
los jueves dos duendes en la nada,
el viernes eran dos orillas ante un
espejo sin rostro,
el sábado un suspiro en dos gargantas,
el domingo el mismo amor de todos los
días, les saludaba.
Madre e hija,
ahora ya, se veneran en los principios de
todos los finales,
los escriben con indisoluble letra,
creando así, su penúltimo poema.
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