Cada
vez que se veían se paraba el tiempo.
Las corneas
se centraban
en un
puntito del firmamento,
en unos
pasos que llegaban
hasta la
línea imaginaria de la mente.
Donde la
boca y la lengua aún no se preparan
para
profanar el lugar reservado para los besos
fortuitos o
descarados.
Se veían
como dos pronombres entrelazados
por la
marea. Por el trasiego de las manos,
por el
púrpura de un vientre agazapado
esperando al
otro.
Cada vez que
se veían, susurraba las hojas
de los
árboles, decían un secreto sobre media verdad,
balanceándose en el parque
como dos
niños sonriendo a la caricia en forma
de mariposa
o sutil libélula.
Esperaron
los siglos en forma de aguja.
Soportaron incidencias.
El ruido es mayor que la profecía.
El anhelo es
semejante a las
trincheras
en una batalla.
Como dos
naipes sucumbieron
al gozo de amarse,
teoría, teorema o ángulo convexo.
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