Y yo me disperso
al viento perverso
que me arroja
acá, allá
como a la
muerta hoja.
Paul Verlaine. Chanson d’automne.
en la profunda
noche de otoño,
un silencio
que hiere,
que cauteriza
las esperanzas como fuego,
el silencio de
los que duermen,
de los que
desprecian la vida
y de los que
lloran en soledad,
ese silencio
me acompaña hoy,
—me quema, me
abrasa—
mientras
escapo a ningún destino,
porque siempre
llevo en mí
aquello de lo
que huyo,
siempre
—silencio: fuego—
me acompaño.
El aire mece
las primeras hojas mustias,
sobrevuelan
sobre mi cabeza
y me coronan
de laureles semovientes,
ya se acercan
los idus de octubre
y la traición
me aguarda —yo mismo: ¡hijo mío!—
a los pies de
mi propio mausoleo.
El aire
conforma tirabuzones de luciérnagas
que no saben
conducirme,
solo sólo sé
sentirme un vagabundo en la noche.
Es tiempo de
otoño,
—de soledad,
de tristeza, de desencuentro—
tiempo de
decirme adiós y no reencontrarme,
mientras el
aire mece lo que de espíritu
en mí aún
queda.
Las hojas
pardas se depositan en la tierra,
la tierra que
acoge todo aquello
de lo que el
tiempo ha sabido desprenderse
—mausoleo
inmenso, cueva feroz—.
Son las
huellas sobre la tierra,
ablandada por
la humedad,
el vestigio
del recorrido
—elegido o no—
que nos acompaña…
¿Mañana?, ¿qué
será mañana?,
¿qué será el
mañana?
Extiendo mis
manos ante los ojos
y tan sólo veo
tierra,
esa tierra
parda —como las hojas—
que al final
de mi otoño me aguarda,
tierra
ineludible que
—no sirven
dudas ni excusas—,
prieta, parda,
oscura, silenciosa,
formando
montículos de invierno,
nos aguarda.
Briznas de
agua —atrás quedó el fuego—
recorren el
aire
para perderse
en la tierra,
conformar
pequeñas lagunas
en la oquedad
de nuestras huellas
—huellas
pasadas, huellas por venir—.
Torno a
mostrarme las palmas
y
sigilosamente aprecio
cómo van
deshaciéndose —desmenuzándose—,
agua otoñal
corre por sus ríos,
ante mi
nocturna mirada,
tan cansada
que ya sólo
aguarda que se
haga luz
el alborear de
un nuevo día.
Son las
lágrimas de los que fueron,
de los que son
y de los que jamás serán,
las que
empapan mi ¿esperanza, desesperanza?
Caminar,
caminar, caminar…
para nacer y
morir siendo
un vagabundo
en medio de la noche.
Fuego: mundo,
aire: mundo,
tierra: mundo,
agua: mundo,
y ningún
destino,
ningún camino
conocido;
vagar, vagar,
vagar…
y sólo noche
queda.
Acá, allá…
Cualquier
noche —cada noche—
de este largo
otoño.
Filosofía y poesía de la mano, enhorabuena.
ResponderEliminar