La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

miércoles, 14 de mayo de 2014

Vagabundo de otoño, de JAVIER FRANCO




Y yo me disperso
al viento perverso
que me arroja
acá, allá
como a la
muerta hoja.
Paul Verlaine. Chanson d’automne.

El inmenso silencio de la ciudad
en la profunda noche de otoño,
un silencio que hiere,
que cauteriza las esperanzas como fuego,
el silencio de los que duermen,
de los que desprecian la vida
y de los que lloran en soledad,
ese silencio me acompaña hoy,
—me quema, me abrasa—
mientras escapo a ningún destino,
porque siempre llevo en mí
aquello de lo que huyo,
siempre —silencio: fuego—
me acompaño.

El aire mece las primeras hojas mustias,
sobrevuelan sobre mi cabeza
y me coronan de laureles semovientes,
ya se acercan los idus de octubre
y la traición me aguarda —yo mismo: ¡hijo mío!—
a los pies de mi propio mausoleo.
El aire conforma tirabuzones de luciérnagas
que no saben conducirme,
solo sólo sé sentirme un vagabundo en la noche.
Es tiempo de otoño,
—de soledad, de tristeza, de desencuentro—
tiempo de decirme adiós y no reencontrarme,
mientras el aire mece lo que de espíritu
en mí aún queda.

Las hojas pardas se depositan en la tierra,
la tierra que acoge todo aquello
de lo que el tiempo ha sabido desprenderse
—mausoleo inmenso, cueva feroz—.
Son las huellas sobre la tierra,
ablandada por la humedad,
el vestigio del recorrido
—elegido o no— que nos acompaña…
¿Mañana?, ¿qué será mañana?,
¿qué será el mañana?
Extiendo mis manos ante los ojos
y tan sólo veo tierra,
esa tierra parda —como las hojas—
que al final de mi otoño me aguarda,
tierra ineludible que
—no sirven dudas ni excusas—,
prieta, parda, oscura, silenciosa,
formando montículos de invierno,
nos aguarda.

Briznas de agua —atrás quedó el fuego—
recorren el aire
para perderse en la tierra,
conformar pequeñas lagunas
en la oquedad de nuestras huellas
—huellas pasadas, huellas por venir—.
Torno a mostrarme las palmas
y sigilosamente aprecio
cómo van deshaciéndose —desmenuzándose—,
agua otoñal corre por sus ríos,
ante mi nocturna mirada,
tan cansada que ya sólo
aguarda que se haga luz
el alborear de un nuevo día.
Son las lágrimas de los que fueron,
de los que son y de los que jamás serán,
las que empapan mi ¿esperanza, desesperanza?
Caminar, caminar, caminar…
para nacer y morir siendo
un vagabundo en medio de la noche.

Fuego: mundo,
aire: mundo,
tierra: mundo,
agua: mundo,
y ningún destino,
ningún camino conocido;
vagar, vagar, vagar…
y sólo noche queda.

Acá, allá…
Cualquier noche —cada noche—
de este largo otoño.




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