Hace
casi seis décadas yo era un niño de cinco años conducido cada día por su padre
a un caserón poblado por seres tristes, siempre vestidos de negro. También
cinco años hubieron de pasar hasta que mi padre me trasladara de colegio: otro
caserón, más grande y tétrico que el anterior, en el que más seres vestidos de
negro me hablaban de Dios y de Julio César, de Viriato y del caudillo de
entonces, de ríos prodigiosos que desembocaban en las marismas del sur de
España y de malos españoles que quemaron la imagen de un niño extranjero
llamado Estanislao de Koska.
La bandera de lo que ellos me dijeron que era mi
patria tenía, por entonces, un pájaro aterrador en mitad del amarillo al que
aquellos hombres de negro se referían llamándolo "gualda". Mucho
tiempo después, ya casi a punto de abandonar la facultad de Derecho, supe que
ese niño que pasó su bachillerato entre Maristas y Jesuitas tenía otra patria
más y otra bandera nueva, verde, blanca y verde. Esta vez, la figura de
Hércules y las de dos leones amenazantes manchaban el blanco entre verdes del
trapo de mi patria recién estrenada. Sin embargo, para esa fecha ya sabía yo
que mi patria eran las palabras.
Alguien me insiste desde la memoria: "La
verdadera patria del hombre es la infancia". Pero yo recuerdo a un niño
que, de la mano de su padre, todas las mañanas recorría el camino de la
tristeza hasta llegar al caserón desolado de los seres vestidos de negro. Allí
me aguardaban otros niños que tampoco podían gritar, ni reír ni ser felices, y
un hombre clavado en dos palos con forma de cruz me obligaba a contarle cosas a
un padre nuestro que no era mi padre, el que me había dejado, un par de horas
antes, en mi destino de niño de colegio de curas. Mi patria era entonces mi
casa, la merienda de hijo único en un jardín de Pedregalejo, mi perra Gina,
cuatro amigos que todavía recuerdo.
Cuando estudié derecho constitucional, quienes se
empeñaban en que mi patria tenía una bandera roja, gualda y roja, se oponían a
que una constitución diese alguna validez a ese trapo bicolor. Un Fuero de los
Españoles era la infamia que debíamos aprender los estudiantes de una
disciplina que situaba en las constituciones la legalidad de los países del
mundo "civilizado". Ya con la certeza de que mi patria ni era mi
infancia con los curas ni aquel carajo del Fuero, me hablaron de la nación
andaluza, de una patria llamada Andalucía que precisaba un estatuto para ser
tal. No una constitución, tampoco un fuero; esta vez sería un estatuto el papel
con el que se dignificaba mi patria.
Ahora, hoy mismo, algunos libros de versos escritos
por mí me dicen que las palabras son mi única patria, porque las mujeres y los
hombres que leen esos libros me contestan desde América y desde Logroño, desde
aquí y desde allá, contándome que me entienden, que comparten conmigo algunas
soledades y algunos desaciertos. Sin bandera ni constitución, día a día, año
tras año, las palabras construyen mi patria.
Juvenal Soto.
RESEÑA
Juvenal
Soto (Málaga, 1954) ha publicado los libros de poesía: Ovidia (Madrid,
1976), Ephímera (Málaga, 1983), El hermoso corsario (Antología
poética 1972-1986) (Málaga, 1986), Fama de la ceniza (Madrid, 1997),
Paseo marítimo (Madrid, 2002), Las horas perdidas (Madrid, 2002),
El cielo de septiembre (Córdoba, 2008) y Compañeros de viaje (Málaga,
2009).
También
es autor de varios cuadernos y plaquettes: Una enorme cúpula de cristal (Málaga,
1972), Homenaje (Málaga, 1986), Ceniza de la fama (Málaga, 1994),
Cuaderno de Bilmore (Málaga, 2001), Dioses de ahí abajo (Málaga,
2003), Voces, dioses, cabras (Cádiz, 2004), Un sueño en Reading (6
sonetos) (Madrid, 2007).
Ha
expuesto sus fotografías y poemas en España, Argentina y EE.UU.
Parte
de su obra poética ha sido traducida al rumano, francés, inglés, alemán e
italiano.
Como
crítico literario, ha publicado numerosos artículos y reseñas sobre obras de
autores españoles y extranjeros en diferentes diarios y revistas
especializadas. En esta disciplina es autor de tres estudios publicados en
volumen: “La poesía española durante el franquismo”. Revista Litoral.
Málaga, 1976. “¡Bebed agua del Niágara!”, estudio introductorio a Seis
poemas inéditos de José María Hinojosa (Ediciones del Centro Cultural de la
Generación del 27. Málaga, 1988). Antología de la joven poesía andaluza.
En colaboración con Álvaro Salvador y Antonio Jiménez Millán. Revista Litoral.
Málaga, 1983. De 1989 a 1991 presentó y coordinó el programa de la Primera
cadena de TVE Entre líneas, dedicado
exclusivamente al análisis y debate de la Literatura contemporánea europea.
Como
columnista de opinión ha colaborado con secciones fijas en diferentes diarios y
revistas (Diario 16, El País, El Mundo, Cambio 16, Sol
de España, Sur y La Opinión de Málaga) y publicado una
recopilación de estos artículos con el título de ¡Que les den candela! (Málaga,
2003).
Ha impartido cursos de literatura española en la Universidad
de Málaga, Universidad de Milán (Italia), Dickinson College (Pensilvania, EE.UU.),
Lebanon Valley College (Pensilvania, EE.UU.) y Hollins University (Virginia,
EE.UU.)
Ibiza
en octubre
Es
octubre en Ibiza el caramelo
de
una tarde con mar y con gaviotas,
corazones
que pasan por el cielo
del
otoño que lame sus derrotas.
Como
rompe la vida en desconsuelo,
las
playas del verano ya están rotas;
y
esta mar de la tarde abriga el vuelo
de
otras islas soñadas y remotas.
Reposa
del amor la selva en calma,
en
sus inviernos duerme la memoria,
cruzándola
de besos va la palma
de
mi mano, aquel resto de la gloria
de
pasar de puntillas por el alma
y
ser joven. Pero esa es otra historia.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAmo la poesía de Juvenal Soto
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar