“¡El trece, el
treeece!”, de esta manera, un hombre menudo y con gorra va voceando este número
de la Lotería Nacional todos las mañanas, haga frío o calor, por las calles de
Guadix. Y tanto va el cántaro a la fuente, que se ha quedado con el apodo de
‘el Trece’. Alguna vez intenté echarle una foto, pero no me atreví porque no lo
conocía. Hasta que, a mediados de diciembre, cuando yo estaba sacando fotos a
los puestos de las panderetas, en la avenida de Medina Olmos, un joven que
vendía los iguales me dijo: “¡Échale una foto al ‘Trece’!”. Como este no se
hizo de rogar, allí mismo lo retraté y ya nos liamos a hablar: “Una vez di un
premio, pero tengo que dar el premio gordo”, me dijo y es de suponer que esta
es la ilusión de cualquier lotero. “Pero el gordo te lo llevas tú todos los
días –le dije medio en broma–. Te regalaré la foto”. “Sí, eso me dicen todos”,
me respondió a modo de despedida.
Lo que sorprende de
este vendedor de lotería es que, a las 7 de la mañana, ya está recorriendo la
avenida de Medina Olmos, arriba y abajo, con su tira de billetes aunque caigan
chuzos de punta y soltando algún que otro chascarrillo que hace sonreír a cualquiera.
Se toma su copa de anís y luego va cantando el número de la suerte. Los
sábados, cuando las cafeterías del centro están repletas de gente, tomando
churros con chocolate, y Guadix está saturado de vehículos sólo se oyen los
pregones de ‘el Trece’, en medio del ir y venir de los viandantes al mercadillo
del ‘Sábado’: “¡El trece, el tío del trece!”. Algún ciclista mañanero o un
paisano cruzan un saludo con el lotero, y él les responde con alguna frase
graciosa. Y siempre lo encuentras de buen amor, a pesar de que a las 12 de la
mañana lleva ya pateados unos cuantos kilómetros.
Hace unos meses, oí
vocear a un joven que iba por las calles del centro del Granada, aunque no pude
verlo: “¡Trastos viehos, hierros viehos…!”, lo hacía igual que los pintorescos
personajes que pululaban por Granada –la miseria los echaba a paletadas por las
calles, para ganarse la vida–, pero hoy prácticamente han desaparecido, como el
recordado barquillero, vendiendo en una cesta de mimbre los barquillos de
canela. Hoy, los vendedores de lotería ya no vocean, se limitan a enseñarle al
distraído viandante la tira de números: “¿Quiere usted un número?”. Y si son
los vendedores de la ONCE, los ves apoltronados en sus quioscos y escudándose
tras los gruesos cristales de sus gafas. El ‘afilaor’ de hoy lleva una cinta
grabada que va dando el tostón por la calle, en vez de tocar la flauta como
reclamo, como hacían antes. Lo mismo que el camión que arregla los sofás: “el
camión del sofá le arregla las sillas de anea…”, se oye por el altavoz. Y no
digamos del tío de los melones, que va pregonando con un camión por los
pueblos: “Melones, a un euro”. Y más de uno piensa, ¿los habrá robado?
Ángel Ganivet escribió
esto en ‘Granada la bella’: “Mira, ése que ves ahí, es un aguador de aluvión, que
de seguro no sabe llevar la garrafa, la cesta de los vasos y la anisera. El
verdadero aguador se compenetra con estos tres elementos hasta tal punto, que
huele donde tienen sed, pregunta, y con sus pregones despierta el apetito:
“¡Acabaíca de bajar la traigo ahora! ¡Fresca como la nieve! ¿Quién quiere agua?
¡Nieve, nieve! ¿Qué frescura de agua! ¡De la Alhambra!, ¿quién la quiere?
¡Buena del Avellano, buena! ¿Quién quiere más?, que se va el tío”. En
Granada hay un vendedor de lotería, que también es gitano y vende el mismo
número por la calle. Lleva sombrero y va diciendo a los paseantes: “El trece
para el sábado, y tocan tantos millones”. Pero no vocea el número, ni tiene
gracia ni desparpajo. Lo dice sin convencimiento y la gente pasa de largo.
A primeros de este
año, me encontré con el lotero guadijeño por la calle y le entregué la foto que
le prometí, con esta leyenda: “A mi amigo, ‘el Trece’”. Fue entonces cuando me
dijo que se llamaba Antonio Cortés, “los gitanos tenemos los apellidos Cortés y
Heredia, y también vendo los números, terminados en 9 y en 62”. Seguidamente,
me habló de un americano que hace años vino a Guadix, a hacer fotos de las
cuevas. “Lo tuve un mes en mi casa y me regaló 500…”. “¿Quinientas pesetas?”,
le pregunté. “No, no, ¿cómo se llama eso?”. “Serían quinientos dólares”, anoté.
“¡Eso, eso, dólares! Le hice unas gachas, ¿sabes lo que son las gachas?”.
“¡Pues, claro!”, le respondí. “El americano era muy alto y un día lo llevé al
barrio del Sacromonte, a la cueva de María ‘la Canastera’. Allí las gitanas se
pusieron a cantar y a bailar, y el payo se puso a chascar los dedos y a estirar
la pierna hacia adelante. ¡Joder! Se bebió media botella de güisqui, mientras
que yo solo bebía fantas. El americano murió y, no hace mucho, hicieron una
exposición con sus fotos, en la plaza de las Palomas, donde salgo yo”. Para que
lo creyera, me llevó al local del fotógrafo Torcuato Fandila y este me enseñó
en el ordenador algunas fotos de Antonio, con su mujer en las cuevas, cuando
eran jóvenes.
El domingo, día 11,
sobre las 12:30 horas, encontré de nuevo a Antonio Cortés en la puerta de
entrada, del parque de Pedro Antonio de Alarcón, donde daba el cálido sol del
mediodía. Charlamos un poco y lo dejé para que siguiera con el pregón mañanero:
“El…, el…”, su sonora voz resonaba por la avenida de Medina Olmos, pero ahora
no llegaba a decir el número de la suerte, lo que hacía sonreír a más de uno.
Allí dejé al gitano simpático de las cuevas, con su gorra de rayas, su
anorak oscuro, sus pantalones negros y su pañuelo al cuello, y con la tira de
billetes en la mano. Antonio Cortés no es un lotero de aluvión, sino que sabe
el oficio, se gana a la gente soltando una gracia aquí y allá, se patea como
nadie la avenida de Medina Olmos, vocea los números en las terrazas de los
bares y siempre lo ves con una sonrisa en la boca. Las voces y los pregones
graciosos de los vendedores ambulantes, esos personajes pintorescos de antaño,
hace mucho tiempo que desaparecieron de las calles de Granada y de toda España
–el viento del progreso se los llevó–, pero ‘el Trece’ es un digno heredero de
ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario