Este cielo abrileño de mi domingo
largo,
los álamos recién vestidos de fronda
tierna,
esas nubes que vagan lentamente,
de un azul a otro azul, buscando un
horizonte nuevo
más allá de este Guadix viejo,
colmadas de promesas,
gozosamente blancas, delicadamente grises…
Te evocan.
La catedral te anuncia,
la ciudad te murmura,
pero yo en ti no creo.
Aunque quiero que existas,
desesperadamente quiero.
Dígnate existir,
te lo pido con rabia de amante
desquiciada,
porque es cierto, hay preguntas que
son enfermedades:
¿para qué?,
¿por qué?,
¿nunca más volveré a verle?
Quién me curará de estas preguntas,
Dios mío,
si Tú no existes, ¿quién me curará?
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