Solo el cielo parece unirnos a la tierra
ese ya no tan cálido cielo de los amaneceres de septiembre
que vislumbra la humedad de las hojas antojadizas de la escarcha
con el rocío temblando en sus puntas.
El cielo es de las dos, aunque sea ella quién conduzca y el suelo
parezca desprenderse de las ruedas, nos levante en alguna de las curvas.
Nos hagan levitar estas cuatro ruedas como si consumieran marihuana.
Una manada de vacas transcurre por la dehesa: son de un intenso color rojo.
Pero yo siento solo la extraordinaria mirada redonda
de las que van en el camión directo al matadero y nos adelantan.
Algunas tienen el color de los caramelos ingleses
aunque también podrían ser el de la canela. Sin la piel tendremos el mismo color.
Nosotras y las vacas.
Empaquetadas en la zona fría de los supermercados.
Enfundadas en un sudario delante de la mesa de disecciones.
La carne es así.
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