Debió ser en la posguerra cuando Brenan apareció entre
los barrancos y laeros que abren paso a Guadix. A la aridez del paisaje en la
meseta del Zenete, junto con el tinte carmesí de las minas, se le sumaba un
muro de blancura por el picón de Jerez, brazo de Sierra Nevada, que hacía en el
horizonte una impoluta división entre la tierra y el cielo. Todavía quedaba
sangre seca en los arcenes que las amapolas camuflaban. ¡Anatolia! se
pensó. Pues hasta los accitanos, con voz raspada y faz tostada, se le
asemejaban turcos. Decía él que al ser un cruce de caminos, una
populosa villa sucia y ruidosa, el polvo de los camiones, burros y paseantes
cubría de una fina capa los ropajes y pelajes de los viandantes, dándoles un
tono ocre, de sucio acostumbrado*.
No
le prestó mucha atención a la catedral y se lamentó de que la bella plaza de
arcos, que probablemente había conocido antes de la contienda, fuera arreglada
con poca primura. Sin lugar a dudas, como lo había sido para otros
forasteros y literatos, el foco de la atención en esta visita estaba en el
barrio de las cuevas. Anteriormente ya se había documentado sobre los
libros de viajes de sus paisanos tiempo atrás, los cuales decían que eran los
gitanos los que poblaban estas viviendas. ¡De ninguna manera! exclamaba Brenan,
que percibió cómo eran trabajadores y familias humildes, sin alusión a
etnias. Quedó tan maravillado de la temperatura que la tierra ofrece
que incluso anotó en su Al Sur de Granada (South
from Granada) el precio que tenía una cueva en libras. Este
paisaje lunar, decía, parece haberse cortado como el queso. El geólogo alemán
Drasche le dio al loess el nombre de Formaciones-guadijeñas (Guadix-formation) de
tan insólito y admirado que es el fenómeno.
También
habla Brenan sobre los escritores Shushtari, Mira de Amescua y Pedro
Antonio de Alarcón. Conoce la historia y leyenda del premier San
Torcuato y se interesó por la novedosa y motivadora empresa que estaba
llevando a cabo el entonces obispo D. Rafael Álvarez Lara. Y es que
el escritor inglés confesó que "Guadix no es una ciudad
feliz" para realzar la deleznable pobreza y hambruna que corrían
por los rostros de los accitanos. Fue D. Rafael el que convirtió el palacio
episcopal en una espartera, dando de trabajar a cientos de hombres y mujeres
para paliar el desempleo estacional que el campo producía. ¡Hasta los niños de
las cuevas van aseados y llevan zapatos de alpargatas! y es que este obispo,
comentaba Brenan, ha hecho más por la decencia de Guadix que cualquier gobierno
español en siglos**.
El
Guadix destruido y vandalizado que quedó tras la guerra no fue la mejor carta
de presentación a nuestro visitante inglés. Un Guadix a expensas de la leche en
polvo y el pan de centeno. Un Guadix que migraba al extranjero en cargueros al
amanecer y empaquetaba sus raíces a la aventura de su suerte para darle a sus
hijos algo de comer. Sus apreciaciones y percepciones sobre la realidad
palpable de la ciudad son un retrato humano ante la ruina de un pueblo
milenario, con su siempre gota de gracia en el desierto de sus manías.
(*)There
is something both harsh and sordid about Guadix whish assails one as soon as
one enters it. Since it is a port of call for many sorts of travelling people,
there are always gipsies, mules, horses, and donkeys standing about, and rows
of lorries drawn up at the entrance. The dry gitty soil gives off a fine dust,
so that the men and women one meets look unwashed and dirty, spit frequently,
and have loud, rasping voices.
(**)
Yet today it is a Bishop of Guadix who has done more to raise the standard of
life and decency in this city than several hundred years of Spanish government
had done before him (...) I can only say that the new schools erected by the
Church in the cave quarter and the clean dresses of the schoolchildren show
that, if the esparto factory has indeed made a profit, the money has been well
employed.
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