Dedicado
a su hijo, Adolfo Medialdea
Hacía bastantes días que no veía al viejo profesor
guadijeño, pero aquella mañana de invierno me tranquilicé al verlo en la calle
y de nuevo echamos un rato de animada charla. Algún tiempo después yo estuve
ensimismado en mis cosas, hasta que decidí preguntar por don Manuel
Medialdea Valero. Me dirigí al bloque de pisos donde vive, y no tuve que
esperar para que un anciano amable me diera la triste noticia: Don
Manuel murió hace unos meses. Y a modo de despedida, me dijo: Era
lo más alegre que teníamos en la casa. Don Manuel nació en Guadix,
en 1932, y falleció de un infarto en Granada, el 5 de enero de 2011. Licenciado en Matemáticas e Historia, dio
clases en el Seminario y en el Colegio de la Presentación, de Guadix.
En los años setenta, se trasladó a Granada y ejerció
la docencia en los Colegios Divina Infantita y Virgen de Gracia. Al
jubilarse, recibió una insignia de Educación. A veces me lo encontraba
por las mañanas, en la calle Melchor Almagro, camino del
supermercado. En los quinientos metros que recorría, a lo mejor se paraban a
saludarlo tres o cuatro personas: un antiguo alumno, un taxista, algún
conocido... Era un hombre abierto, sincero y entrañable que le gustaba
hablar con la gente, se veía que
eso le resucitaba. Un día le dije, por aliviar un poco su
dolor: En cien metros a la redonda, conozco a dos familias que también
han perdido a sus hijos en la juventud. Don Manuel se despidió
cortésmente y no me respondió, a pesar de que llevaba dentro una pena muy
grande por la temprana muerte de su hija.
Esta anécdota de los años sesenta lo define cómo
era. A la hora de matemáticas, se presentó en el aula del Seminario y
nos dijo: Esta tarde no os daré clase porque tengo fiebre y me
encuentro enfermo. Yo tendría trece años y aquel gesto del profesor se
me quedó grabado para siempre. Su carácter afable, la confianza que nos daba,
su profesionalidad… Has metido el cuezo (la pata), decía de
vez en cuando a algún alumno despistado, y todos nos echábamos a reír. En la
calle me paraba y me contaba historias graciosas, era un derroche de
alegría.
A pesar de que era conocido
y querido en Granada (no digamos en Guadix), parece ser que don Manuel ha caído
en el olvido. La tristeza me invade estos días, cuando paso por el
portal de su casa, y por eso creo que se merece algo más que unas breves
líneas. Era un hombre bueno y cercano, al que le cogías cariño, y ése es el recuerdo que me ha quedado de
este profesor guadijeño.
Don Manuel derrochaba alegría e imaginación, hacía un recorrido de 500
metros para ir al supermercado todas las mañanas (desde la
esquina de la plaza del Gran Capitán al Dani, era su paseo matinal), y lo
saludaban cuatro o cinco personas. Estabas hablando con él y siempre correspondía
a los saludos, era un hombre querido por todos. Un día me decidí a saludarlo,
después de años, y le dije que él me había visto en otra ocasión. Y me
respondió: Con las preocupaciones que yo
tengo, no me daría cuenta. Y yo pensaba que pasaba de largo. Pues le voy a decir a Vallecillos que vaya a
saludarte, me dijo al despedirse. A los buenos profesores, como a los
amigos, se les recuerda.
Posdata: Su hijo Adolfo me dijo que si hubiera hecho ejercicio estaría
viviendo, pero él no salía de por aquí. Tras la muerte de su hija,
cuidó de su mujer, que estaba enferma. Yo era torpe para las matemáticas,
pero don Manuel las hacía amenas por
su forma de ser alegre. La foto de su padre me
la cedió Adolfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario