Extiendo mis brazos como alas de una
gran ave.
Respiro, inflo mis pulmones, oxigeno mi
cuerpo
y con suaves movimientos empiezo a
volar.
Me elevo por encima de la tierra
y mi cuerpo empieza a fundirse con la
atmósfera,
como una suave acuarela, transparente y
acuosa.
Un dibujo casi imperceptible en el gran
mural que pretendo fotografiar.
Planeo por encima de la mar,
en un leve aleteo acaricio la espuma de
las olas.
Un saltarín delfín me sigue feliz
y fotografío la escena para colocarla
en mi mural.
Alzo mis dedos y elevo mi vuelo al
cielo,
vago sin rumbo mientras capturo
imágenes que me ayuden a oxigenar
un cuerpo herido, lleno de sueños, que
sólo quiere contemplar escenas sin más.
Escenas de bosques, de verdes, de
montañas, de ocres, de sol, de fuego,
de océanos, de azules, de corazones,
de rojo,
de arcoíris con siete mil colores para
poder mezclar y crear.
Sólo vida, nada más, quiero
fotografiar.
Las nubes dibujan notan musicales,
el viento entona sus melodías
improvisadas,
me acompañan mientras surco sus formas
agradables
y me arropan con su humedad algodonada.
La campana suena, mi vuelo se detiene.
Me despierto y empiezo a bostezar.
Estiro mis piernas y mis brazos como
queriendo volver a volar.
Abro mis ojos, miro al frente y ahí
está mi melódico mural.
Tu poema, Soledad Jacobe, me ha llevado al leerlo a sobrevolar tan bella Imagen. Un Abrazo. Federico.
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