Sí, yo también partí de la inocencia;
también para mí la fotografía constituía el documento probatorio por
excelencia, el testimonio más objetivo de los posibles; pero a medida que
aprendí sus técnicas y fui conociendo su historia, comprendí su intrínseca naturaleza
subjetiva. Porque, para empezar, fotografiar es ante todo elegir, encuadrar, y
encuadrar supone excluir, favorecer una parte de la realidad visible en
detrimento de todas las demás. Distancia, ángulo, definición, color... Punto de
vista personal.
Y lo que ahora me ocupa: las múltiples
posibilidades de manipulación, algunas meramente “materiales”, como positivar
en un papel duro o suave; utilizar un revelador más o menos concentrado, una
película rápida o lenta. Y las otras manipulaciones más graves, las que afectan
al objeto registrado por la cámara.
Pienso en fotografía analógica porque
pienso en una fotografía determinada, un icono del siglo XX, la imagen más
identificativa de la Guerra Civil española: la Muerte de un miliciano,
de Robert Capa.
Triste me resulta confesarlo, pero
estoy convencida de su no autenticidad. Quisiera seguir creyendo que todo es
verdadero en este punto de partida del
fotorreportaje heroico, en este inicio
del carácter sagrado del corresponsal de guerra, en este uso de la cámara como arma
revolucionaria. Pero después de documentarme debidamente, no lo creo. Un caso más entre las innumerables manipulaciones
fotográficas, que demuestra que la fotografía proporciona documentos tan
discutibles como cualquier otra fuente.
Nos dice la “historia oficial” que fue
tomada el 5 de septiembre de 1936, a las 5 de la tarde, por Robert Capa, con
una Leica, en el frente de batalla de Cerro Muriano. Pues todos estos datos son
falsos, como vamos a ver.
Antes de continuar, quiero dar a conocer
la figura de Gerda Taro- pareja sentimental de Robert Capa- que murió en
Brunete, a los 26 años, en 1938. También fotógrafa. Y a Richard Whelan, biógrafo oficial de Capa y guardián de su
obra, celador principal de la “verdad” de Muerte de un miliciano.
Comienzo la historia: hacia 1930,
víctimas de hostilidades y persecución política llegan a París la alemana Gerda
Taro (nombre adoptado) y el húngaro André Friedman. Allí se conocen, se aman,
quieren ganarse la vida, pero son un par de desconocidos a quien nadie
contrata; veinteañeros e ingeniosos ambos, se inventan un personaje: el gran
fotógrafo estadounidense Robert Capa, tan reputado que tiene dos representantes
en París: ellos mismos. Les sale bien la jugada; consiguen numerosos encargos y
cobran tres veces más que los fotógrafos franceses.
Bajo esta identidad ficticia viajan a
España para cubrir la recién iniciada guerra civil, para las revistas “Vu” y “Regards”. Utilizan tres
cámaras (una Leica, una Rolleiflex y una
Contax) que a menudo se intercambian, aunque suele asignarse a André la Laica,
sin motivo suficientemente fundado. Ambos son de izquierdas, apoyan a la
República y acompañan al ejército republicano en sus enfrentamientos bélicos.
Cuando Gerda muere, André asume en solitario el nombre “Robert Capa”.
Y considero llegado el momento de
hablar de un excelente documental que, con sus bien razonados –e imparciales-
argumentos ha aclarado mis dudas. Se trata de “La sombra del Iceberg”
(2006), dirigido por Raúl Riebenbauer y Hugo Domènech. No quiero detenerme en
detalles, así que expondré resumidamente
las razones principales que indican que la fotografía del miliciano fue un
“posado”:
--la hora, las cinco de la tarde: ni
las sombras ni la orientación de la loma concuerdan con esa hora.
--En “Vu”, la revista donde se publica por primera vez la impresionante
fotografía, aparece una segunda toma de otro miliciano caído exactamente en el
mismo punto y casi en el mismo momento (se deduce por la igualdad de sombras y de
nubes): ¿casualidad? Si dos hombres cayeron en el mismo lugar ¿no tendría que
verse en alguna de ellas el cuerpo del otro caído?
--Y el que para mí constituye el
argumento definitivo: ¿dónde la herida? Si muere por el impacto de una bala,
¿dónde impacta esa bala?
Estos motivos bastarían para, al
menos, hacernos dudar; pero hay más. Desde 1975 (cuando se publica el
inquietante testimonio de un compañero de Capa) se suceden las investigaciones:
sobre la identidad del caído (presunta identificación rotundamente desmontada
años después) y sobre la loma donde transcurre la acción. Sin duda de ningún
tipo se sitúa en un cerro cercano a la localidad cordobesa de Espejo. Tan
indubitable resulta que el mismo Whelan
acepta la nueva ubicación, si bien nunca aceptará la conclusión del mismo
experto acerca de la cámara utilizada, la Rolleiflex. Claro, si la cámara fuera ésta, la foto podría haber
sido tomada por Gerda Taro, lo que menoscabaría gravemente la fama de Robert
Capa.
Tantos datos, deducciones y
conclusiones de expertos se suceden y suman que Whelan (en la biografía de Capa
que publica en 1982) mantiene una solución de compromiso, una historia que
concilia la artificialidad del “posado” con la autenticidad de la muerte.
Escuchemos el diálogo con Robert Capa que reproduce en
la biografía:
-Estaban
haciendo payasadas –dijo él (R.C.)-. Todos
estábamos haciendo el tonto. Lo estábamos pasando bien. No había disparos.
Bajaban corriendo por la ladera. Yo también corría.
-¿Les pediste que escenificaran un ataque?
-No, en absoluto. Estábamos contentos. Puede que estuviésemos un
poco locos.
-¿Y entonces?
-Entonces, de repente, se convirtió en algo real. Al principio no
oí el disparo.
-¿Dónde estabas tú?
-Allí mismo, un poco adelantado y al lado de ellos.
En fin, todo podría ser, hasta ese inverosímil ataque sorpresa; lo malo es que
ocurrió en Espejo, donde no hubo frente ni tiros hasta el 25 de septiembre, y las fotos fueron tomadas veinte días antes y publicadas
el 23. Lo siento, de verdad, pero nada cuadra.
Quizá Robert (André) sólo se
preocupaba en esos primeros tiempos de la guerra, que también eran su inicio
como corresponsal bélico, de favorecer a la República, de ayudar al bando más
justo, de lograr fotografías que removieran la conciencia de Europa y llevaran
a los Estados a proporcionar ayuda al ejército republicano, tan desprovisto de
medios frente al otro bando, golpista y potenciado por Alemania e Italia. Todo
arte es simulación, pero… A la fotografía le exigimos si no verdad, sí sinceridad. Aunque sean también
muy ciertas las palabras de Richard Whelan: “Insistir en saber si en realidad
la fotografía muestra a un hombre en el momento en que ha sido impactado por
una bala, es a la vez, morboso y trivial. La grandeza de la imagen reside, en
última instancia, en sus implicaciones simbólicas, no en su exactitud literal
como un informe sobre la muerte de un hombre en particular”.
Sí, la imagen no ha variado, su fuerza debería ser la misma, su significado no cambia. Y sin embargo… Nada es igual.
Estoy de acuerdo en lo que dices, toda fotografía es manipulable y la digital mucho más.
ResponderEliminarEn lo referente a la célebre fotografía del miliciano muerto hay opiniones para todos los gustos y sesudos análisis forenses que llegan hasta la colocación de los dedos de la mano izquierda.
Creo recordar que en los negativos que aparecieron "en la maleta mejicana", en fotos tomadas momentos después, aparece "nuestro miliciano" vivo.
Es más, en un estudio sobre el terreno, parece ser que el miliciano se dirigía hacia la zona republicana.
En otras, Capa o Gerda Taro, están en la linea de tiro de los milicianos cosa muy improbable el que el fotógrafo fuera por delante de las tropas.
Muchas dudas las que se ciernen sobre el posado o no de la foto.
"La fotografía es un burdel sin paredes" (Marsall McLuhan)
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