La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

jueves, 14 de noviembre de 2019

HEBRA. Revista Literaria.Nº 12, noviembre de 2019

ESCAPAR, por Isabel Pérez Aranda




Tuve miedo de caer en
el aura de calma que lo invadía todo.

Miedo de perturbar el canto de cigarra,
de perder de vista este mar de almas caminantes,
e incitar a que todo discurriera a destiempo,
de salir sin encontrar al creador de los olvidos.

Tuve miedo de caer y no saber atrapar los matices verdaderos.

Y todo por anticipar cambios que siembren la idea,
que inconclusa,
se  filtrara dentro y culmina fuera.

Ese propósito ensordecedor por el que estar.

UN NUEVO AMANECER, por Marisol Ruiz Tomás


           

          

            Tuve miedo de caer en las tinieblas que se esconden en la oscuridad otra vez, pensaba la luna mientras dormía. Ese lugar donde sólo ves tu dolor, donde no existe nada más y ya nada importa, y lo único que deseas es no volver a despertar. El cielo se había nublado tan rápido que apenas pudo darse cuenta de que ya se estaba dirigiendo hacia ese abismo.
            Pero cuando estaba abriendo los ojos y perdiendo el miedo, entre aquellas nubes negras pudo ver un poco de luz, y su instinto impulsivo le hizo girar hacia ella ignorando el destino que marcaría el rumbo de su elección. De repente, el cielo se cerró por completo, y la explosión de un rayo cayó, que con la fuerza de su temblor la empujó al lado más doloroso de ella que a veces, le complica tanto estar donde siempre. Acomplejada por su oscuridad, y las gotas de esa lluvia tan fría, le hicieron sentir más sola que nunca, envuelta en el centro de aquella de tormenta. Pero la luna, con todas sus fuerzas, pidió ayuda al viento para que alejara de allí aquella catástrofe que no quería sentir, negándose a que todo tomase de nuevo ese tono gris, donde no puede ver los colores de la vida y lo bonito que puede ser estar donde está, deseando experimentar de nuevo la libertad que siente cuando existe la paz en lo más profundo de su alma y su corazón late fuerte porque se siente a salvo.
            En esos momentos tenebrosos que acompañaban aquella noche de frío, hasta la gota más insignificante le pesaba tanto que la inercia le estaba arrastrando hacia ese típico pozo sin fondo donde caer y caer parece no tener fin. Pero no pasa nada, porque ella, la luna, tiene el suficiente coraje para negarse a darle ventaja a la muerte que estaba empeñada en no dejar que su luz brillara como llena que estaba. Cabizbaja, mirando al suelo desde tan lejos, entre las zarzas de las sombras observó que había una pequeña flor de color rojo, igual que el de la sangre de sus lágrimas, mientras iba cayendo en su agujero negro. En esa flor, vio la vida de nuevo, porque solo existía dentro de su corazón. Entonces, miró hacia arriba, y volvió a sonreír, más radiante que ayer. Y volvió a sentir, con más intensidad de la que antes podía. Y el viento, que la vio brillar de nuevo, decidió acompañar su valor y sopló con todas sus fuerzas para poder pelear junto a ella esa batalla a la que vio lidiar con tanto coraje para que no le ganara. Y una vez más, lo consiguió.
- Tuve miedo de caer en las tinieblas que se esconden en las oscuridad otra vez.- Contaba la Luna a Marte. - Pero no. No volveré a ese lugar nunca más. Porque aunque la vida me arrastre hacia sus puertas, ya me sé el camino de vuelta. Ahora en la oscuridad, brillo junto a las estrellas, iluminando esas noches negras y peleando porque no me escondan las tormentas, porque no me siento sola. Así que, si tengo que elegir entre la pena y la verdad, lo que es coherente o lo que no, la tristeza o el valor… Yo, ya he decidido. Me quedo conmigo, así, tal y como soy.
            Y de esa forma la luna consiguió sentirse llena, en esa noche de fantasmas, donde el ruido escalofriante de aquella tormenta, insistía en apagar su luz. Y feliz de ser quien era, dejó paso al sol, y dio lugar a un nuevo amanecer. Y ese día, nació una nueva flor, agarrándose fuertemente a la tierra y alimentándose con el agua de aquella fuerte lluvia que había caído, consiguiendo así resplandecer con sus colores, mas vivos y radiantes, que las del día anterior.

TUVE MIEDO DE CAER EN EL AMOR, por Esneyder Álvarez.





Tuve miedo de caer en el amor,
tuve miedo de sufrir nuevamente
tuve miedo de soñar por un sentimiento que luego se volviera en una pesadilla.,
tuve miedo de no ser correspondido y marcharme al lado de la soledad.

Pero tú:
cogiste mi mano y no la soltaste,
poco a poco sembraste semillas en mi corazón,
acariciaste mi alma y la llenaste de ternura,
lograste renacer la sonrisa en mi vida.

Nos besamos,
nos enamoramos,
nos llenamos vida,
nos acobijamos en el amor.

Tuve miedo de caer en el amor,
pero tú rompiste la barrera,
llenaste el vacío
me diste tu corazón.


TUVE MIEDO DE CAER, por José Luis Centurión




Tuve miedo de caer en tus sueños
y aun así me arrojé entre tus brazos,
Ahora con arrojo me dices
que decidí vivir en el recuerdo,
Cuando el recuerdo es quién vive en mí.

Has tomado tú la decisión...
ésa, la cual yo solo respeté,
Sentí no debía poner resistencia,
Te oías decidida queriendo
todo del revés, hoy desconcertada
tal vez tú pienses en mí, o te encuentres
andando caminos enredada en otros
brazos con frenesí, ¡que así sea!.

No quiero presumir indiferencia,
Tampoco olvido, no entorpecer
tu camino si te ha alcanzado cupido,
Ése es mi propósito más sincero,
Siempre he pretendido ser austero
tratando de dar lo mejor de mí.

Fuiste blanco capullo en mi nube gris
al cual me aferré, aunque hoy siento no ha sido
suficientemente fuerte para ti,
Tuve miedo de caer en tus redes
Y caí, pero no me arrepiento
resultaste mi más bonita historia.


EL LADO TENTADOR, por Pedro Pastor Sánchez.




Tuve miedo de caer en la tentación. Ese brillo, ese tono sonrosado, ese frescor, ¿cómo resistirse? Su mera visión me hacía estremecer, me entraban sudores solo de pensar rozarla con mis labios. El verano, recién estrenado, con el consiguiente aumento de las temperaturas, había contribuido a que mi búsqueda de algo refrescante no fuese una mera anécdota en mi vida. Cuanto más la miraba, más la deseaba. Y sabía que no debía. Tanto tiempo esforzándome, conteniéndome para no sucumbir a los placeres prohibidos…
Mi mujer decía que era por mi bien, que no podía seguir así, no era procedente, iba a acabar con mi salud. ¿Qué diría ahora si me viera asomarme sigiloso a través del cristal? Seguro que me soltaba la perorata de siempre. No, no se lo podía contar, no lo entendería. Es tan inflexible, tan estricta. Pero digo yo que, por una vez, no pasa nada. Es cuestión de ponderar bien las cosas. Decidido: mejor no decirle nada. Pero, ¿y si se entera? ¿Y si alguien le cuenta que me ha visto? ¿Cómo explicarle que he roto mi promesa?
            Tengo que atreverme, es inútil luchar contra esta angustiosa sensación. Esperaré a que termine su conversación con esa señora y entraré. Si sigo dándole vueltas, sé que voy a arrepentirme, que una vez más la conciencia me dictará que sea sensato, que no puedo sacar nada positivo de todo esto, que más pronto que tarde terminaré lamentándolo.
            El corazón se convulsiona desbocado dentro de mi pecho. La sombra de este toldo no consigue aplacar el infierno desatado en mi boca. El umbral se me hace más angosto que de costumbre. Está sola. Es ahora o nunca…
            «Señorita, por favor, una bola grande de helado de frambuesa, por favor».
            A tomar por saco el régimen. Prometo volver andando a casa, para compensar.


TUVE MIEDO DE CAER…, por Josefina Martos Peregrín.




Tuve miedo de caer en el hastío
y cansarme de ver lo nunca visto,
de repetir el sueño que fue hermoso
hasta el aburrimiento
o el rechazo.

Lo peor de la vejez: la no sorpresa,
encajar cada golpe con aplomo,
no cegarse en las luces
ni en las sombras,
soportar las traiciones sin tristeza.

Obligarse al orden por higiene,
y al poner naftalina en los armarios
dar vuelta a los bolsillos del recuerdo,
comprobarlos vacíos,
acribillados de agujeros
por donde el tiempo,
grano a grano, se fugó.