Tuve miedo de caer en el hastío
y cansarme de ver lo nunca visto,
de repetir el sueño que fue hermoso
hasta el aburrimiento
o el rechazo.
Lo peor de la vejez: la no sorpresa,
encajar cada golpe con aplomo,
no cegarse en las luces
ni en las sombras,
soportar las traiciones sin tristeza.
Obligarse al orden por higiene,
y al poner naftalina en los armarios
dar vuelta a los bolsillos del recuerdo,
comprobarlos vacíos,
acribillados de agujeros
por donde el tiempo,
grano a grano, se fugó.
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