En noviembre
se llenaba la casa
de olor a arroz con leche,
a castañas
asadas
y a manzanas maduras.
Por las tardes,
todavía muy
temprano,
salíamos al camino.
En invierno
buscábamos el
sol,
y en el otoño
las acerolas dulces
y las moras.
Por el cerro,
entre arboledas,
veíamos el cortijo.
“Era allí-me decías-.
Allí vivió el abuelo”.
Y yo detenía el paso
para escuchar tu historia.
Imaginaba un cuadro,
una acuarela azul,
clara como aquel cielo,
limpia como tus ojos.
Así, entre cuentos,
cruzábamos la rambla
triste de invierno,
empapada aún
de rocío mañanero.
Con el paso cansado
llegábamos al
pueblo.
¡Qué lejos han quedado
aquellos días
y a un tiempo
qué cercanos!.
Recuerdos infantiles.
Eran tardes de sol.
Los árboles hablaban
con una voz de viento.
Como cada noviembre,
cantaban las acequias
y el campo sonreía.
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