Escribo con una aguja, coso letras
pespunteando los acentos como si fueran pájaros en vuelo, me detengo en las
letras para ver si las palabras dicen lo que nombran. La mirada se pierde en el
jarrón de cristal que contiene una margarita deshojada definitivamente. Apoyada
en el alféizar de la ventana contemplo cómo derrama noviembre sus primeras
horas.
Nada se puede
ahora, sino echar a nadar, partir, seguir la ruta de las aves..., un aliento
vibra en la otra orilla del sueño debajo de los párpados. Nada se puede sino
mirar el límite, la raya horizontal, un ínfimo instante, una mirada apenas.
Sucede, es todo
cuanto sé. Sucede la vida y los sueños que viajan junto a las hojas secas,
caracoleando en carrera veloz hacia no se sabe dónde.
Permanezco al
margen, en el borde, funambulista en equilibrio constante. Viento, lluvia,
amarillo furtivo, es cuanto necesito hoy: cerrar los ojos e ir a la raíz de los
párpados, y una vez allí, descifrar el misterio para dar respuesta a las
preguntas más íntimas, aquellas que sólo se formulan en el recinto cerrado del
pensamiento.
En la costa, una
gaviota desvía la dirección del viento tan sólo con virar el timón de su pico,
y suelta todas las barcas amarradas a puerto. Aquí, dos gorriones componen su
particular sonata de otoño sobre el pentagrama que forma el cableado eléctrico,
y en algún lugar lejano, alguien pellizca las cuerdas de su violín con los
dedos. Sucede desde el mayor acto de amor al mayor acto de terror. Por eso, en
ocasiones, también escribo con letras de arena, para ahuyentar el miedo que
supone detenerse en el tiempo que concluye. Y al derramar esas letras de arena,
puedo ver cómo la vida se renueva en un cáliz iridiscente de energía que voltea
y fluye en el mecanismo del cosmos, semejante al mecanismo de un reloj de
pulsera.
Es precioso leerte, eres poesía pura. He llegado desde "Escritores de Córdoba", del Facebook. Espero que sigas publicando allí para leerte, porque no tengo tiempo ya de seguir los blogs que seguía. Un beso. Ana Vega
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