La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

sábado, 14 de noviembre de 2015

Balada en noviembre, por F. JAVIER FRANCO MIGUEL



Paseas por la ciudad bajo la niebla
y, entre la cortina que emborrona en difumino el paisaje,
sabes que no existe horizonte.
La ciudad te rodea, te envuelve
como los muros pétreos de una muralla,
ya no lo ves, pero lo sabes,
sabes que son sólo los recortes 
de atalayas conversas en jaulas de madrigueras
los cortes rectilíneos, como almenas,
de ese horizonte perdido antes de la niebla.

Es otoño, un otoño más en la ciudad,
un otoño más que deja muescas en tu alma,
un otoño que te hacer saber
que a tu vida le ha llegado el definitivo otoño.
Las hojas mustias y muertas
en un pequeño páramo ajardinado,
en su transición aérea, volátil,
te muestran la zozobra que es la vida,
que ha sido la vida,
que es tu vida.

Hoy los muertos se visten de flores
en sus rígidos tálamos de la necrópolis,
son tus muertos los que te reclaman
hacia un destino tan cierto como ineludible,
como el de la hoja marchita
revoloteando, luchando contra la gravedad,
desde la rama hasta el suelo.
Luchas pero sabes de tu derrota,
has –hemos– nacido para la derrota,
y la derrota que rige esta nave
no es más que un profundo agujero
en la tierra… o en la nada.

La niebla dibuja la ciudad de niebla,
la ciudad queda en nada,
la nada en sensación de humedad que te envuelve,
y regresas al punto del que nunca partiste…

Puedes esperar,
pero sabes que llegará el momento.

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