Siempre
hay una primera vez en todo. Mis colegas habrán desarrollado algunos temas más
profundos o más poéticos.
Yo voy
a relataros como fue mi primera vez con....
Era
casi un zagalillo cuando empecé mi primer año de bachiller. Por las tardes me
iba a un edificio con una portada de piedra que fue antes seminario y que en
otros tiempos estuvo unido por un arco con la casa donde vivíamos.
Allí
me llevaron mis padres por consejo de
varios profesores amigos suyos. Era otro centro de estudios. Creo que me
llevaron por si no servía para estudiar, como antes se decía, al menos
aprendiera un oficio: carpintería, forja, cerámica,.... Sí, estais pensando
bien, era la Escuela de Artes y Oficios, en plural.
Iba
compaginando mis estudios y aprobaba los cursos de bachiller por libre en el
instituto Padre Suárez de Granada. A la vez empecé los de Graduado en Artes
Aplicadas que también iba sacando. Estuve dudando entre la Carpintería y
Ebanisteria y el Vaciado. Al final me decidí por este último.
Antes
de seguir os diré que era un centro mixto en las asignaturas comunes, o sea,
había alumnos de ambos sexos cuando en la escuela, bachiller y magisterio había
una estricta separación por sexos. Ya en los talleres, había unos claramente
para hombres y otros para mujeres, carpintería y forja hombres; corte y
confección y labores, mujeres. Desconozco si era por imperativo legal o porque
estaba mal visto a un hombre bordando y a una mujer en carpintería. De hecho
las “niñas” salían un cuarto de hora antes que los “niños”. Con lo que no
contaba la dirección del centro es que en la Placeta de la Catedral nos
esperaban a que saliéramos a terminar la charla empezada en los pasillos y
regresar acompañadas a casa.
Volvamos
a mi relato. Cuando me tocaba taller de vaciado me enfangaba con la escayola,
haciendo moldes, sacando copias en barro o en escayola y llegaba a mi casa con
más de un refregón o pegote blanco incrustado en la ropa lo que me acarreaba la
correspondiente regañina de mi madre. No había lavadoras ni agua potable en las
casas. A mí tampoco me atraía mucho eso de los moldes por lo que cuando podía
me fumaba las clases con lo que me ahorraba la regañina por la ropa.
Un año
de aquellos era noticia que iban a montar un taller nuevo. Efectivamente, ese
taller empezó a funcionar con pocos alumnos, no había mucho espacio. Lo
situaron al fondo de un largo pasillo en la segunda planta a la que los varones
teníamos vetada la subida o al menos restringida. Allí estaban los talleres de
las mujeres.
Una
tarde, porque se me ha olvidado decirlo la Escuela de Artes era nocturna, hago
un inciso: sé que a los profesores no les gustará pero había que replantearse
el darle utilidad por las tardes con cursos monográficos; otro colega y yo nos
atrevimos a hacer una excursión al piso de arriba a inspeccionar el nuevo
taller y de camino a echar un vistazo a las alumnas que siempre había alguna
por allí, por eso de ir al servicio, de dos en dos. Cuando llegamos a la
entrada del taller, dio la casualidad que el profesor no estaba allí por lo que
los alumnos nos facilitaron la entrada. Era una habitación oscura, iluminada
solamente por unas bombillas rojas. Allí no veíamos nada por lo que el misterio
era mayor. Poco a poco nos fuimos acostumbrando a esa luz y pudimos distinguir
unas máquinas que proyectaban hacia abajo unas imágenes muy raras, cubetas
con líquidos, pinzas, y un olor especial que aún lo tengo grabado y que
identifico sin lugar a dudas (ácido acético). Os lo habréis imaginado ya, era
el laboratorio de Fotografía.
Lo de las luces rojas del Bárbara
vino después, pero eso fue otra primera vez........
Ésta no es la que quiero contar,
es otra, mágica entonces para mí y fue el ver como cuando llegamos acababan de
introducir en una cubeta con liquido un papel rectangular en el que al cabo de
poco tiempo empezaron a aparecer unas manchas que se iban oscureciendo hasta
formar una imagen que yo asombrado contemplaba. Cuando vieron que estaba en su
punto la pasaron sucesivamente a otras dos cubetas con líquidos distintos hasta
que pudieron encender la luz blanca y contemplar el resultado de su trabajo,
una estupenda fotografía en blanco y negro de 50 x 60. En ese instante me di
cuenta de que aquello me gustaba más que la escayola y cada vez que podía me
escapaba al laboratorio donde sin estar “apuntado” era uno más.
Así nació mi pasión por la
fotografía con las cámaras que nos prestaban a los alumnos. Aquellas cámaras no
tenían ni exposímetro ni nada. Disparábamos a ojímetro guiándonos por los
dibujos que venían en las cajas de película: sol, sombra, nublado, lluvia, etc.
y, como mucho, 36 exposiciones que había que pensar muy bien en que se iban a
gastar. Enfoque manual de telémetro partido o lente de Fresnel y luego rezar
ante la incertidumbre del revelado del negativo que se hacía a tiempo y
temperatura, echarle una primera ojeada y dejarlo colgado de un cordel para que
el día siguiente estuviera seco. Añoro aquellos tiempos y forma de fotografiar.
Las tomas eran más estudiadas y elaboradas. Ahora con una tarjeta tomamos
cientos de instantáneas y vamos eliminando las malas. Antes te las “tragabas
todas” y a lo mejor se salvaba alguna, eso contando que no te hubieras
equivocado al cronometrar el tiempo de revelado y el carrete saliera en blanco
o en negro que sin secar ni nada iba
directamente al cubo de la basura o servía para practicar la carga de la
película en las espirales de los tanques de revelado. Esa era otra, aquello
había que hacerlo totalmente a oscuras y cuidado que no te saltara una pieza y
tuvieras que buscarla a tientas, pues si dabas la luz, adiós trabajo. Ese fue
mi primer encuentro con las interioridades de la Fotografía
Hoy, lo saben mis íntimos, me
siento feliz parapetado detrás de mi cámara, captando..., iba a decir varias
cosas..., captando..., la vida que pasa junto a mí.
Me gusta el reportaje
periodístico y aún tengo en mi archivo fotos que nunca he positivado y que
ahora que tengo tiempo iré digitalizando. Es una afición que sigo practicando
con entusiasmo, cambiando el laboratorio por el ordenador, y la película por la tarjeta.
Cuando pude hice la especialidad
de Fotografía y obtuve el título de Graduado en Artes Aplicadas y estuve a
punto de opositar a una plaza de maestro de taller, pero mi vida profesional y
personal fue por otros derroteros, pues “sí servía para estudiar”.
La Fotografía desde entonces ha
estado presente en mi vida y sigue estándolo ahora con más dedicación.
Amigo Torcuato:
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato y me ha transportado a otros tiempos; aquéllos en los que yo también visité el taller de fotografía sin ser alumno.
Siempre guardé muy buena relación con Jesús Valverde, q.e.p.d., y lo sigo haciendo con su familia.
¡Qué tiempos!
Una aclaración: Utilizo el termino "me fumaba las clases" como no cumplir con una obligación, no iba a otras clases a las que debería de ir. Os confieso, unas veces me fumaba las clases y otras me fugaba de las clases
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