Defendiéndola de su hora,
su tempo es el ópalo de sus desconchones.
Mi ciudad se pregunta
porque no quiere ser diferente,
mi ciudad murmura en sus balcones,
tiene ventanas que se parecen a las mías,
sus aleros son de algodón.
La mía es vieja en su
tropel,
sus romances son sus
excesos,
mi ciudad canta sus
aleluyas en la alquimia de sus cuevas
donde son días sus
zaguanes de parra y panjil,
el preludio de su
ataúd es su arcilla.
Mi ciudad es la sinfonía
de sus caños secos,
el pueblo ha rebajado sus cañadas vacías
en el filo de sus navajas
echando humo,
buscan su pretérito en la
flor del cardo.
Mi ciudad es una ninfa en
las fuentes secas,
el vientre de su arcilla
es su duelo desde el camino
de los forasteros, a la
puerta de Graná.
Mi barrio sueña despierto
en agosto gente,
zambombas en diciembre,
sus heraldos son de barro,
sus cántaros y sus
lebrillos fríos.
No pienso dejar aquí mis
huesos aunque lo tenga conmigo.
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