TUMBA DE AMARO PARGO. IGLESIA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN. SAN CRISTÓBAL DE LA LAGUNA. |
"…calles
espaciadas y rectas, aquel despejo, aquel aire de rigodón monástico, algo
ceremonioso, todo aquello en que se adivina una creación señorial del siglo
XVIII, la diferencia de las rudas, viejas ciudades castellanas… La Laguna está
vestida de casaca o de hábitos de frailes si queréis […] Tertulia en los
conventos y en las Casas Señoriales, chocolate a media tarde, monjas
reposteras, eternas conversaciones sobre el último caso en el que el Tribunal
del Santo Oficio de la Inquisición entendiera y de noche tal o cual aventura
galante…”. ( Miguel de Unamuno 1909)
"...lo mismo
se discutía sobre la pluralidad de los mundos, se leía el último libro secreto
llegado a la isla desde Europa o se comentaba lo bueno que estaba el vino que
habían bebido en la última excursión ...". (La tertulia de Nava. Enrique
Roméu Palazuelos)
Amanece desde hace cinco siglos en la ciudad
donde vivo. Entre voces críticas que intentan custodiar intacta su histórica
herencia y la vertiginosa rueda de la imparable modernidad, la ciudad de Los
Adelantados defiende con sus piedras un vasto legado que enarbola su título de
bien cultural patrimonio de la Humanidad por La Unesco.
El frío de la mañana no impide la
concentración del pequeño grupo de turistas que ese día espera a las puertas de
la casa de Los Capitanes Generales. El guía se retrasa y la ruta teatralizada
peligra para desconcierto de los allí convocados. La señorita que se encuentra
tras el mostrador se incomoda ante los
insistentes requerimientos de un delegado de Huawei España y hace una llamada.
El concejal al otro lado del teléfono, trata de tranquilizarla buscando una
alternativa dada la importancia que aquella delegación de empresarios chinos
tiene para una ciudad que empieza a sacudirse la rémora de una pertinaz crisis.
Quince minutos después la comitiva se pone
en marcha bajo las indicaciones de un hombre vestido con ricas telas
acordes a la burguesía del siglo XVIII.
Mey-Yin se despereza de su apatía cuando el caballero de cara larga,
angulosa, y apenas uno sesenta y cinco de estatura, le guiña un ojo. Parecía
que aquel viaje navideño impuesto por su padre no iba a finalizar tan tedioso
como había comenzado.
— Me llamo Amaro Rodríguez Felipe y Tejera
Machado, más conocido como Amaro Pargo, corsario para mis compatriotas y pirata
para mis enemigos, comerciante español nacido en esta villa de San Cristóbal de
la Laguna, el 3 de mayo de 1678. He sido
perseguido por la justicia y alabado por mis paisanos, duro en la mar pero
defensor de los humildes, caballero hijodalgo poseedor de certificado real de
nobleza y armas. Hoy seré vuestro guía por los lugares de notable interés de
esta ciudad. Nuestra visita comenzará en la que fuera Plaza Mayor de la villa
fundada por el adelantado Alonso Fernández de Lugo a finales del siglo XV.
Mientras comienza su interpretación, las pesadas nubes que habían
salpicado de lloviznas la semana abren paso a un cielo límpido que invita al
ajetreo habitual de las calles peatonales. Urgidos de quehaceres unos, y distendidos
otros, ocupan entre charlas livianas las terrazas de las cafeterías bajo los
blancos parasoles. A lo lejos ventean bajo su templete, las campanas de la
torre de La Concepción y la pequeña ciudad se perfuma del café primero.
Aquel casco histórico diseñado con instrumentos de navegación marítima y
a cordel, con un trazado en forma de
cuadrícula exportado a Hispanoamérica durante la colonización, de calles
habitadas por viejas casonas y palacetes con fachadas de intensos colores o
pórticos de piedra, inalterable desde finales del siglo XV, sorprende a los
turistas y a la joven Mey-Yin que no deja de observar con picardía a aquel
hombre delgado pero recio, de mirada vehemente y edad indefinida. El interés se
acentúa bajo los ajimeces del Convento de Santa Catalina de Siena, cuando
alguien pregunta qué hubo de cierto en la relación amorosa mantenida por Amaro
Pargo y Sor María de Jesús, "La Siervita", cuyo cuerpo incorrupto
pudo contemplar en una ocasión. El corsario relata sus peripecias por la carrera
de Indias con su flota de barcos, habla
de la fortuna alcanzada y de sus
profundas convicciones religiosas, de sus generosas obras de caridad y
de la especial reverencia que profesó por Sor María de Jesús, pero deja aquella
pregunta sin responder tras una sonrisa cómplice que no pasa inadvertida.
Prosiguen el agradable paseo por las calles
San Agustín, Carrera o Herradores visitando iglesias, conventos, museos y
palacios que les cautivan por la riqueza cultural e histórica de aquella ciudad
humanista adelantada a su tiempo, no exenta de anécdotas y fantasmas.
Jian no quita ojo de su hija, más interesada
en las lisonjas del guía que en sus instructivos comentarios y lamenta una vez
más la educación occidental que había elegido para Mey-Yin. Aquellas
costumbres laxas no eran propias del
respeto heredado de sus antepasados. La joven empecatada, toma apuntes en un
pequeño cuaderno tratando de acercarse lo más posible al singular pirata.
Después de una hora, el recorrido termina
donde había comenzado. Amaro Pargo agradece el interés de la delegación y con
una estudiada reverencia se despide del grupo. Mey-Yin le estrecha la mano con
gesto agradecido pasándole con cuidado disimulo una pequeña nota. El corsario
le regala una sonrisa y dirige sus pasos parsimoniosos hacia la Plaza del
Adelantado perdiéndose entre las calles aledañas.
Mientras el grupo se dirige a un restaurante
antes de su partida hacia el aeropuerto, la joven da un respingo lamentando
haber olvidado su teléfono en el puesto de información y turismo. Echa a correr
antes de que su padre pretenda acompañarla, justo a tiempo de vislumbrar a lo
lejos la silueta del guía que entra en una iglesia contigua a la oficina de
correos.
La bella puerta plateresca le abre paso al solitario
recogimiento del templo. Bajo la opacidad de la techumbre a cuatro aguas, una
tenue luz franquea las pequeñas vidrieras creando espectrales movimientos en
los frescos que cubren la casi totalidad de las paredes. Una pequeña hoja de
papel cuidadosamente doblada y abandonada en el suelo le hace reparar en la
tumba que pisan sus pies. Muestra, gravados sobre el mármol, un escudo de armas
y una calavera con dos tibias cruzadas que guiña un ojo, y a su alrededor una
inscripción desdibujada en la que lee:
"Esta sepoltura y entierro es de don Juan Rodríguez Phelipe y de doña
Beatris Texera Machado y de sus decendies y
erederos paternos (.... ) en el año del señor de 1715".
Mei-Yin reconoce la
pequeña nota donde había escrito al corsario su número de teléfono minutos
antes.
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