Cada día que pasa esta urbe
espigada,
se desliza sobre un mar
sereno y sinuoso,
empujada de soles y mareas
regias,
se vuelca en el ingente
aglutinado humano
y galantea de arenas
limpias
que desmontan su incesante
festinación.
La absorbe y realimenta
rendir pleitesía de luz,
cada aleteo de gaviotas
insufla libertad de espacio,
y un tiempo perenne deshace
las rocas del Mal pas.
Esta urbe que soporta el
trasiego infinito
con millones de pisadas
transcurriendo hipnóticamente,
casi por inercia, respira agitada,
cuando su simple observación
bastaría para alegrar el alma.
Esta ciudad de escalones
verticales, suspira
desde su alto de cruz y
amplia su secreto,
acoge sin perjuicios edades
y conjuros,
siembra con destreza imanes
de ida y vuelta,
y asombra retinas de quienes
por primera vez,
la descubren.
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