La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

domingo, 14 de febrero de 2016

Una estrella en mi jardín, por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES



“Por qué a mí, se me ha caído una estrella en el jardín. Ahora no sé qué hacer contigo, voy a agarrarte, voy a adorarte y lanzarte a tu cielo…”
Mari Trini



Uff, nunca había visto el salón de casa tan desordenado. Pero la fiesta de mi cumpleaños había merecido la pena. Libros, confeti, música, restos de comida… Menos mal que tenía todo el día por delante para recoger y disfrutar de cada uno de los regalos de mis amigos.
De repente un libro sobre la pequeña mesita de té me llamó la atención “Una estrella en mi jardín”, de Wendy Davies. Alguien se había acordado de la maravillosa experiencia que tuve tras leer “Recuerda que me quieres” de estas dos autoras que, como Roald Dahl, creen que el que no cree en la magia, nunca la encontrará.
¡Qué dulce tentación, un libro y tiempo libre, sinónimo de placer! Miré la habitación necesitada de una buena mano de limpieza, sonreí y me arrebujé en mi sillón favorito dispuesta a devorar aquellas quinientas páginas.
Levanté la mirada del libro y vi que estaba atardeciendo, que la noche ya caía, así como mis lágrimas mezcladas con mi sonrisa. Cuando me sumerjo en la lectura sucede algo especial, es como un trance hipnótico en el que ni oigo, ni tengo hambre, ni nada me preocupa. Cerré la tapa de aquel ejemplar cuya cubierta aparecía llena de mariposas, y sólo podía pensar en Alicia Little. Una niña atrapada en un cuerpo de mujer. Una mente inquieta, alegre, curiosa y dulce. Un gran desafío, una chica que tiene fobia a la gente, que vive encerrada en casa de su abuelo, pues teme que alguien la hiera, que se sienta humillada, que el mundo la abrume. Por eso ha tejido un mundo suyo, en el que cree ser feliz aunque ansía estar rodeada de gente; ama lo que teme, pero, a veces, afortunadamente, la curiosidad es más grande que el miedo. Por eso, cuando una estrella cae en su jardín, un nuevo vecino que se da cuenta del problema psicológico de Alicia y de sus muchas virtudes, Alicia decide dejarse llevar por los trucos de él, decide ver el mundo con los ojos de otro y así, muy poco a poco, a pesar de la malvada Reina de corazones, los laberínticos caminos del País de las Maravillas, el Sombrerero Loco, el Conejito Blanco o la Oruga Azul, consigue vencer sus miedos y contemplar extasiada todo lo que puede ofrecer al mundo.

  Entrañable, todo un reto… suspiré, volví a oler las páginas de este libro nuevo, un olor sublime que siempre me traslada a mi infancia.
Pobre pequeña Alicia, hermosa por dentro y asustada como un ser indefenso de un mundo que ansiaba. Me vi a mi misma, a cada uno de nosotros, porque todos tenemos miedo a algo, aún sabiendo que los miedos, casi siempre, son irracionales. Y al mismo tiempo, ¡viva Alicia!, que supo afrontarlos con valentía, sin perder ni un ápice de su sensibilidad, ayudada, eso sí, por aquél excéntrico fotógrafo que supo leer en su corazón y en su mirada y que, al tiempo que sacaba a Alicia de su voluntario encierro, aprendió la lección más prodigiosa y sorprendente de toda su vida: nunca hay que subestimar a nadie por muchas que sean sus limitaciones, cada ser humano alberga en su interior una gran lección de vida, un aprendizaje, y que la humildad es nuestro mejor compañero de viaje en esta vida, sólo así aprenderemos de cada vivencia una inestimable enseñanza.
Cayó la noche cerrada. Ya no tenía caso recoger, ni limpiar, ni nada. Salí al jardín, abandonando mi cómoda posición, para regar los árboles, el magnolio, el granado y el limonero que, gracias al agua, al sol y a mis mimos, crecían fuertes y sanos. Fue entonces cuando pensé en aquel viejo proverbio griego, siempre presente en las fábulas de Esopo: “Ayúdate y te ayudaré”, ciertamente no podemos pedir a Dios que guíe nuestros pasos si no estamos dispuestos a mover los pies. A todos nos cae una o dos o muchas veces en la vida una estrella en el jardín. Porque nadie nace con estrella, a no ser que confluyan esos líos planetarios y astrológicos de los que yo no entiendo, en el momento de nacer. La estrella se hace con el devenir de la vida. Con los desengaños y nuestro empeño, con cada acto de amor.
Alicia Little tiene su estrella porque supo ver su brillo y hacerlo suyo, sólo así se asomó a la ventana, luego al jardín, después a la calle y por fin a la existencia. No es un camino fácil, es confuso y enredado, es difícil y complejo, es ambiguo y tortuoso. Pero nuestra constancia y tenacidad, el planteamiento de objetivos y la puesta en marcha de las acciones necesarias para llegar a dichos objetivos, son los ingredientes fundamentales para “tener estrella”.

Hay muchas personas que ven pasar la vida y simplemente “existen”; muchas otras que se pasan la vida mirando en las vidas ajenas, olvidándose de las suyas propias y simplemente envidiando lo que no se molestan en intentar perseguir por ellos mismos; y unos pocos que aprovechan la vida de verdad y se van montando en todos los trenes que se les van acercando a su puerta, sabiendo que cada vez que se bajen habrán aprendido algo nuevo. Tal vez llegue uno del que no se bajen porque en la sencillez de lo evidente han encontrado la felicidad.
Miré al cielo y estaba sembrado de estrellas, mañana sería un día frío pero soleado. Sentí el sonido del agua que caía esponjando la tierra del jardín y al recoger la manguera un fulgor pequeño pero intenso llamó mi atención. Entre los tréboles de mi pequeña pradera había una lucecita destelleante. Me acerqué con miedo pues pensé en un insecto pero asombrada descubrí que era una estrella, mi estrella, no la de Alicia Little, ni la de Mari Trini, ¡era la mía! Con mucho cuidado la cogí ente mis manos y reparé en su perfección, en ese color brillante que no había visto nunca y decidí no perder más trenes, ni temer a lo que tanto soñaba.
Sin duda era este el mejor cumpleaños de toda mi vida.




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