“Por qué a mí, se me ha caído una estrella en el jardín. Ahora no sé qué hacer contigo, voy a agarrarte, voy a adorarte y lanzarte a tu cielo…”
Mari Trini
Uff, nunca había visto el salón de casa tan
desordenado. Pero la fiesta de mi cumpleaños había merecido la pena. Libros,
confeti, música, restos de comida… Menos mal que tenía todo el día por delante
para recoger y disfrutar de cada uno de los regalos de mis amigos.
De repente un libro sobre la pequeña mesita de
té me llamó la atención “Una estrella en mi jardín”, de Wendy Davies. Alguien
se había acordado de la maravillosa experiencia que tuve tras leer “Recuerda
que me quieres” de estas dos autoras que, como Roald Dahl, creen que el que no
cree en la magia, nunca la encontrará.
¡Qué dulce tentación, un libro y tiempo libre,
sinónimo de placer! Miré la habitación necesitada de una buena mano de
limpieza, sonreí y me arrebujé en mi sillón favorito dispuesta a devorar
aquellas quinientas páginas.
Levanté la mirada del libro y vi que estaba
atardeciendo, que la noche ya caía, así como mis lágrimas mezcladas con mi
sonrisa. Cuando me sumerjo en la lectura sucede algo especial, es como un
trance hipnótico en el que ni oigo, ni tengo hambre, ni nada me preocupa. Cerré
la tapa de aquel ejemplar cuya cubierta aparecía llena de mariposas, y sólo
podía pensar en Alicia Little. Una niña atrapada en un cuerpo de mujer. Una
mente inquieta, alegre, curiosa y dulce. Un gran desafío, una chica que tiene
fobia a la gente, que vive encerrada en casa de su abuelo, pues teme que
alguien la hiera, que se sienta humillada, que el mundo la abrume. Por eso ha
tejido un mundo suyo, en el que cree ser feliz aunque ansía estar rodeada de
gente; ama lo que teme, pero, a veces, afortunadamente, la curiosidad es más
grande que el miedo. Por eso, cuando una estrella cae en su jardín, un nuevo
vecino que se da cuenta del problema psicológico de Alicia y de sus muchas
virtudes, Alicia decide dejarse llevar por los trucos de él, decide ver el
mundo con los ojos de otro y así, muy poco a poco, a pesar de la malvada Reina
de corazones, los laberínticos caminos del País de las Maravillas, el
Sombrerero Loco, el Conejito Blanco o la Oruga Azul, consigue vencer sus miedos
y contemplar extasiada todo lo que puede ofrecer al mundo.
Pobre pequeña Alicia, hermosa por dentro y
asustada como un ser indefenso de un mundo que ansiaba. Me vi a mi misma, a
cada uno de nosotros, porque todos tenemos miedo a algo, aún sabiendo que los
miedos, casi siempre, son irracionales. Y al mismo tiempo, ¡viva Alicia!, que
supo afrontarlos con valentía, sin perder ni un ápice de su sensibilidad,
ayudada, eso sí, por aquél excéntrico fotógrafo que supo leer en su corazón y
en su mirada y que, al tiempo que sacaba a Alicia de su voluntario encierro,
aprendió la lección más prodigiosa y sorprendente de toda su vida: nunca hay
que subestimar a nadie por muchas que sean sus limitaciones, cada ser humano
alberga en su interior una gran lección de vida, un aprendizaje, y que la
humildad es nuestro mejor compañero de viaje en esta vida, sólo así aprenderemos
de cada vivencia una inestimable enseñanza.
Cayó la noche cerrada. Ya no tenía caso
recoger, ni limpiar, ni nada. Salí al jardín, abandonando mi cómoda posición,
para regar los árboles, el magnolio, el granado y el limonero que, gracias al
agua, al sol y a mis mimos, crecían fuertes y sanos. Fue entonces cuando pensé
en aquel viejo proverbio griego, siempre presente en las fábulas de Esopo:
“Ayúdate y te ayudaré”, ciertamente no podemos pedir a Dios que guíe nuestros
pasos si no estamos dispuestos a mover los pies. A todos nos cae una o dos o
muchas veces en la vida una estrella en el jardín. Porque nadie nace con
estrella, a no ser que confluyan esos líos planetarios y astrológicos de los
que yo no entiendo, en el momento de nacer. La estrella se hace con el devenir
de la vida. Con los desengaños y nuestro empeño, con cada acto de amor.
Alicia Little tiene su estrella porque supo
ver su brillo y hacerlo suyo, sólo así se asomó a la ventana, luego al jardín,
después a la calle y por fin a la existencia. No es un camino fácil, es confuso
y enredado, es difícil y complejo, es ambiguo y tortuoso. Pero nuestra constancia y tenacidad, el planteamiento de
objetivos y la puesta en marcha de las acciones necesarias para llegar a dichos
objetivos, son los ingredientes fundamentales para “tener estrella”.
Hay muchas personas que ven pasar la vida y
simplemente “existen”; muchas otras que se pasan la vida mirando en las vidas
ajenas, olvidándose de las suyas propias y simplemente envidiando lo que no se
molestan en intentar perseguir por ellos mismos; y unos pocos que aprovechan la
vida de verdad y se van montando en todos los trenes que se les van acercando a
su puerta, sabiendo que cada vez que se bajen habrán aprendido algo nuevo. Tal
vez llegue uno del que no se bajen porque en la sencillez de lo evidente han
encontrado la felicidad.
Miré al cielo y estaba sembrado de estrellas,
mañana sería un día frío pero soleado. Sentí el sonido del agua que caía
esponjando la tierra del jardín y al recoger la manguera un fulgor pequeño pero
intenso llamó mi atención. Entre los tréboles de mi pequeña pradera había una
lucecita destelleante. Me acerqué con miedo pues pensé en un insecto pero
asombrada descubrí que era una estrella, mi estrella, no la de Alicia Little,
ni la de Mari Trini, ¡era la mía! Con mucho cuidado la cogí ente mis manos y
reparé en su perfección, en ese color brillante que no había visto nunca y
decidí no perder más trenes, ni temer a lo que tanto soñaba.
Sin duda era este el mejor cumpleaños de toda
mi vida.
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