Queridos amigos y amigas de la revista Absolem, agradezco de corazón la invitación a compartir con todos vosotros mi pasión por el cosmos y los astros. Una pasión que nació en mí cuando era un niño y que ahora, pasados los años, tengo el privilegio de ver convertida en mi profesión. El origen de la astronomía es casi inherente al nacimiento del hombre, nace cuando alzamos la vista al cielo y nos preguntamos por todo lo que allí podemos contemplar, tanto durante el día como durante la noche: ¿qué son esos luceros que períodicamente iluminan nuestros cielos?, ¿a qué extrañas leyes obedecen sus movimientos?, ¿por qué algunos permanecen estáticos y otros no?, ¿de qué material están hechos?,¿por qué brillan?...la astronomía y la astrofísica, intentan dar respuesta a estos y otros muchos interrogantes, interrogantes cuyas respuestas nos colocan en nuestro verdadero lugar en el universo y consiguen responder, tímidamente, a algunas de las grandes preguntas de la humanidad, ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Un fuerte abrazo para todos los lectores y lectoras de Absolem.
Pablo Santos Sanz.
Reseña biográfica (Pablo Santos Sanz)
Estudié ciencias físicas en la Universidad de Valladolid, donde me licencié en 1997. Posteriormente me trasladé a Tenerife a realizar mi tesina de licenciatura en el Instituto de Astrofísica de Canarias (Universidad de la Laguna) sobre la rotación del núcleo del cometa Hale-Bopp, que defendí en el año 1999. Tras esto trabajé como profesor de enseñanza secundaria en Tenerife durante 6 años, periodo tras el cual me trasladé a Granada, al Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), para realizar una tesis doctoral sobre los objetos del sistema solar que se hallan más allá de Neptuno (los objetos transneptunianos) que defendí en julio del año 2009.
Soy especialista en cuerpos pequeños del Sistema Solar (asteroides, cometas, transneptunianos, etc), siendo codescubridor de más de doscientos asteroides y de algún objeto transneptuniano, como el "planeta enano" Haumea. He presentado los resultados de mis investigaciones en más de treinta congresos internacionales sobre el tema, y he publicado más de cincuenta artículos en revistas internacionales especializadas (incluyendo alguno en la prestigiosa revista internacional Nature). He observado en los principales observatorios astronómicos europeos del hemisferio norte como Calar Alto (Almería), Sierra Nevada (Granada), Izaña (Tenerife), Roque de los Muchachos (La Palma) y también en observatorios de Argentina (El Leoncito), y del Observatorio Europeo Austral (ESO) en Chile (Cerro Paranal). He participado en más de veinte proyectos de investigación nacionales e internacionales financiados con fondos públicos.
Mi afición a la astronomía se gestó en Valladolid, donde fuí miembro de la sociedad astronómica Syrma de la que formé parte activa durante bastantes años, y cuyas actividades tuvieron mucho que ver en el desarrollo de mi vocación científica y astrofísica. Desde el año 1988 realizo actividades de divulgación y comunicación de la ciencia en forma de charlas, conferencias, artículos en revistas y periódicos, colaboraciones en libros, intervenciones en radio, televisión, documentales etc. Entre los años 2005 y 2008 realicé, junto con mi compañero del IAA-CSIC Emilio García, el programa de radio y podcast astrofísico "A Través del Universo" del que se completaron cuatro temporadas, estos programas pueden aún escucharse y descargarse en la dirección: universo.iaa.es. Entre enero de 2010 y julio de 2012 trabajé con un contrato postdoctoral del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) en el observatorio de París (en su sede de Meudon) donde he continuado con el estudio de los objetos más lejanos de nuestro sistema solar, los objetos transneptunianos, utilizando datos del telescopio espacial infrarrojo Herschel de la Agencia Espacial Europea (con colaboración de la NASA). Actualmente trabajo en el Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC) donde continúo con el mismo proyecto que comencé en el observatorio de París y con otros proyectos relacionados. Mi actual trabajo de investigación pertenece a un proyecto internacional que involucra a 40 científicos pertenecientes a 9 paises y 19 instituciones científicas y universidades.
Soy miembro de la Sociedad Española de Astronomía (SEA) desde el 2008, de la División de Ciencias Planetarias (DPS) de la American Astronomical Society (AAS) desde el 2010, y de la Unión Astronómica Internacional (IAU) desde el 2012. En el año 2013 gané el premio a la mejor colaboración científica hispano-francesa otorgado conjuntamente por la Sociedad Española de Astronomía y la Sociedad Francesa de Astronomía. Ese mismo año fuí galardonado por el CSIC por mis méritos científicos. Recientemente, en julio de 2014, la comunidad científica internacional ha premiado mi trabajo en el campo de los cuerpos pequeños del sistema solar poniendo mi nombre a un asteroide situado entre Marte y Júpiter que a partir de entonces se llama (9288) Santos-Sanz
¿Qué
pasaría si...no hubiera Luna?
“Divide y
vencerás”, que decía Julio César, así que antes de analizar qué pasaría en tal
caso vamos a dividir la pregunta en dos: ¿qué
pasaría si, en el momento actual, desapareciera de pronto y súbitamente la Luna?
y ¿qué habría pasado si la Tierra nunca
hubiera tenido Luna?
¿Qué
sucedería si desapareciera de pronto la Luna?
Imaginemos la
Tierra en la actualidad: ¿qué sucedería si hiciéramos desaparecer
repentinamente la Luna?, ¿cómo se vería afectada la vida en la Tierra? El
efecto más inmediato del que nos percataríamos es que las noches serían
totalmente oscuras, habrían desaparecido las fases lunares, y todas las noches
serían noches de “luna nueva”, noches sin luna…¡el sueño de todo astrónomo! Podríamos
disfrutar, sin ser deslumbrados por la luz lunar, de las estrellas, la Vía Láctea
y de otras maravillas del cosmos. Dejarían también de producirse los eclipses
solares y los lunares. Además, desaparecería todo el romanticismo y misterio
asociado a nuestro satélite y que ha inspirado tantas canciones, poemas,
cuentos, novelas, y a tantos artistas, pero… ¿sólo sucedería eso si nuestro
satélite desapareciera de pronto? ¡Por supuesto que no! Como veremos a
continuación.
Adiós a las mareas tal y como las conocemos
Un efecto que
apreciaríamos a corto plazo sería la desaparición de las mareas debidas a la
gravedad de la Luna. Nuestro planeta tiene un 70% de su superficie cubierta de
agua líquida en forma de mares y océanos. La Luna ejerce una fuerza de
atracción gravitatoria sobre dicha corteza líquida deformándola y produciendo
oscilaciones cíclicas ligadas a la rotación de la Tierra con una frecuencia
aproximada de medio día. Es cierto que el tirón gravitatorio del Sol produce
también una deformación de los océanos terrestres, pero su efecto es
aproximadamente la mitad de fuerte que el lunar, así que, sin la presencia de
la Luna, seguirían produciéndose mareas en la Tierra, pero mucho más débiles,
básicamente serían como un oleaje suave. Como consecuencia de la desaparición
de las mareas lunares las corrientes oceánicas se debilitarían y las aguas
tenderían a estancarse, perdiendo las orillas de los mares su sistema de
drenaje y limpieza natural debida al avance y retroceso de las aguas. El agua
oceánica tendería a redistribuirse tomando dirección hacia los polos y también
aumentaría el nivel del mar en las costas. La consecuencia de todo esto sería
un cambio drástico del clima de la Tierra.
Adiós
a un eje de rotación estable
El movimiento
de la Luna alrededor de la Tierra está sincronizado, es decir, esta tarda el
mismo tiempo en rotar alrededor de sí misma que en girar alrededor de la
Tierra, es por eso que siempre vemos la misma cara de la Luna, y la otra permanece
oculta desde nuestro planeta. El movimiento orbital de la Luna alrededor de la
Tierra estabiliza el eje de rotación de la misma manteniendo su inclinación
fija en unos 23 grados respecto al plano de su órbita (esta inclinación, es la
responsable de que existan las estaciones tal y como las conocemos). El eje de
rotación de la Tierra realiza un movimiento circular estable llamado “precesión”
que es el que mantiene dicha inclinación fija. El eje terrestre tarda unos
26000 años en completar este movimiento circular. Sin la Luna la precesión terrestre
se ralentizaría con lo que el eje de rotación terrestre perdería su estabilidad,
como cuando una peonza comienza a bambolearse a punto de caer, pudiendo variar
su eje de forma caótica entre los 0 y los 90 grados. Esto produciría de nuevo
un cambio climático a escala global, que podría producir veranos con
temperaturas que superarían los 100 grados, e inviernos con temperaturas por
debajo de los -80 grados. En el caso
más extremo el eje de rotación terrestre podría alinearse directamente hacia el
sol, lo que haría que zonas del planeta estuvieran bajo una permanente
insolación y otras en permanente oscuridad. Las gigantescas diferencias térmicas
entre una mitad y la otra de la Tierra producirían vientos extremos con
velocidades de más de 300 kilómetros por hora y otros fenómenos meteorológicos dramáticos.
Adiós
a muchas de las especies y plantas terrestres
La
desaparición de la Luna afectaría también a la vida en la tierra. El efecto más
inmediato sería de nuevo la desaparición de la propia luz solar reflejada por
la Luna, que alteraría los ritmos biológicos de muchas especies animales y
vegetales que se han adaptado y evolucionado bajo la presencia cíclica de la luz
lunar. Muchas especies deberían adaptarse de forma súbita a la oscuridad total
de las noches sin Luna.
La desaparición
de las mareas lunares afectaría sobre todo a las especies adaptadas a los
flujos y corrientes marinas, como las que viven en las costas a las que el
flujo de las mareas provee de nutrientes, o las que habitan mares y océanos,
habituadas a las actuales pautas de las corrientes marinas.
Los drásticos
y globales cambios climáticos, debidos a la desaparición de las mareas y a la
desestabilización del eje de rotación de la Tierra, serían los que producirían
las consecuencias más terribles sobre la vida terrestre. Los ritmos vitales de
todas las especies animales y vegetales se verían alterados por estos cambios
climáticos: las migraciones, la época del celo, la hibernación, etc. El
crecimiento de las plantas se vería también afectado por las variaciones térmicas
extremas. Muchas especies serían incapaces de adaptarse, produciéndose extinciones
masivas de plantas y animales. En el caso muy extremo, visto antes, de que el
eje de rotación terrestre acabara apuntando hacia el sol la vida en la Tierra
tal y como la conocemos sería imposible en cualquiera de los dos hemisferios, y
sólo sería quizá viable en el ecuador, entre los hemisferios ardiente y helado
del planeta.
¿Qué
habría pasado si la Tierra nunca hubiera tenido Luna?
Para poder
analizar bien este supuesto veamos primero cómo creemos que se formó la Luna alrededor
de la Tierra primitiva.
La formación de la Luna
La Tierra se
formó hace unos 4600 millones de años a partir del disco de gas y polvo que dio
lugar al Sol y al resto de cuerpos del Sistema Solar. Creemos que la Luna se
formó unos 100 millones de años después tras un violento impacto contra la
Tierra de un cuerpo, del tamaño de Marte, conocido como Theia. El enorme
impacto arrancó parte de la Tierra primigenia, que por entonces era una esfera
de magma, y lo colocó en órbita terrestre, ¡nuestra Luna había nacido! El recién
creado sistema Tierra-Luna comenzó a ejercer una atracción gravitatoria mutua.
Dicha atracción produjo (y sigue produciendo) la disipación de una enorme
cantidad de energía debida a la fricción de los océanos con los fondos marinos
durante las idas y venidas de las mareas. Como consecuencia de dicha disipación
la velocidad de rotación de la Tierra se ha frenado desde unas 6 horas que
duraba el primitivo día terrestre sin Luna hasta las 24 horas actuales (en la
actualidad la Luna sigue frenando la rotación de la Tierra a una tasa de unas
1.5 milésimas de segundo cada siglo). Para compensar esta disminución en la
velocidad de rotación de la Tierra la rotación lunar debe acelerarse, lo que
produce un paulatino alejamiento de la misma de la Tierra a una velocidad de
unos 3.82 centímetros cada año. No sabemos la distancia exacta a la que estaba
la Luna de la Tierra cuando se formó, pero sabemos que estaba a una distancia
mucho menor que la actual (384400 km) con lo que podría verse en el cielo con
un tamaño unas 10 ó 20 veces mayor que la Luna actual. Esta cercanía produciría
unas mareas mucho más intensas que las actuales, que podrían incluso afectar al
magma terrestre y proporcionar una energía extra para calentar los elementos
radiactivos presentes en la primitiva Tierra. Estas intensas mareas fueron posiblemente
muy importantes para mezclar y remover las aguas de mares y océanos, lo que habría
acelerado y posibilitado el origen y evolución de la vida hace unos 3800
millones de años.
Una Tierra sin Luna
Ahora que ya
sabemos cómo se formó la Luna y qué efectos tuvo sobre la primitiva Tierra podemos
preguntarnos qué habría pasado si el cuerpo conocido como Theia nunca hubiera
chocado contra la Tierra en formación desgajando un trozo de la misma, ¿qué
sería entonces de una Tierra sin Luna? Ya hemos visto que los efectos de marea gravitatoria
entre la Luna y la Tierra han frenado la velocidad de rotación terrestre desde
las 6 horas originales hasta las 24 horas actuales. Si la Luna nunca se hubiera
formado, los únicos efectos de marea existentes habrían sido los debidos al
Sol, mucho más débiles que los lunares, por lo que la rotación terrestre sería
de 8 horas actualmente. Cuanto mayor es la velocidad de rotación de un planeta
mayores son los vientos que se producen en él, así, si el día terrestre durara
sólo 8 horas, los vientos típicos en la Tierra alcanzarían los 160-200
kilómetros por hora. Las mareas, además, al ser sólo debidas al Sol serían
mucho más suaves, por lo que las condiciones de flujos y corrientes necesarias para
que se desarrollara la vida en los océanos primitivos seguramente no se habrían
dado, o se habrían dado unos cientos de millones de años más tarde, retrasando el
origen y posterior evolución de la vida terrestre. Sabemos ya que, sin la Luna,
la inclinación del eje de rotación terrestre no sería estable, lo que
produciría variaciones extremas de temperatura y cambios climáticos, por todo
ello, en una Tierra sin Luna seguramente no existirían formas de vida compleja
en la actualidad y, cuando finalmente surgieran, tendrían con toda probabilidad
una biología muy diferente a la que conocemos. Si, a pesar de todo, se llegara
a desarrollar vida compleja e inteligente en una hipotética Tierra sin Luna
todo sería muy diferente. No existirían, por ejemplo, los calendarios basados
en las fases lunares, que ayudaron a nuestra especie a entender y dominar la
agricultura, la caza, y los ciclos biológicos y a construir, en suma, nuestra
civilización. La tecnología y la ciencia en esta Tierra sin satélite serían
también muy distintas. Mediante el estudio de las fases lunares se logró determinar
la distancia Tierra-Luna, sus tamaños, la distancia de la Tierra al Sol, los
tamaños y distancias de otros cuerpos del Sistema Solar, y otras distancias del
universo que nos han colocado en nuestro verdadero lugar en el cosmos: una mota
de polvo alrededor de una estrella del montón en los suburbios de una de las
miles de millones de galaxias del universo. Este conocimiento no habría sido
posible en una Tierra sin Luna.
Afortunadamente
para nosotros Theia sí chocó contra la Tierra y formó nuestro satélite y, es
muy poco probable que este desaparezca de repente. Sabemos, sin embargo, que
existen muchos planetas girando alrededor de otras estrellas desprovistos de
Luna, con condiciones, y quizá vida, que nos parecerán extrañas y exóticas. Los
terrestres podemos respirar tranquilos, tenemos Luna para mucho tiempo pues no
conseguirá escapar jamás a la atracción gravitatoria terrestre, a pesar de
estar alejándose poco a poco de nosotros. Es más, creemos que dentro de unos
5000 millones de años, cuando el Sol esté en su fase final de vida y se
convierta en una estrella gigante roja, la Luna se frenará y volverá a
acercarse a la Tierra. Será la fricción de nuestro satélite con la atmósfera
más externa del gigantesco Sol rojo, dentro de la que se encontrara inmersa la
Luna, la que la frene. El tamaño de la Luna crecerá de nuevo en los cielos de
la Tierra hasta que la fuerza gravitatoria terrestre la fragmente en un último y
mortal abrazo. Dejaremos entonces de disfrutar de las hermosas fases lunares
para siempre, pero un anillo compuesto por millones de fragmentos de lo que fue
nuestro satélite brillará en las noches y días terrestres…si para entonces
queda algún ser vivo para contemplarlo.
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