La luna de la que quiero
escribir
no es la de Lorca ni la de
Borges
es aquella con el cohete
en el ojo
y que nunca piso Michael
Collins,
la del reverso tenebroso
con la cara oculta de fiera
de temperaturas glaciares
y hogar de la Diosa Selene,
la del mar de la
tranquilidad,
la de los grandes cráteres,
la de la bandera en sus
entrañas,
y la que mengua y se
contrae.
No a la musa de tez
blanquita
ni a la amante despechada,
ni a la madre que quería
ser
ni a la que llora por los
hombres,
si la que el eclipse le
pone un velo
que desata mareas y
Tsunamis
a la que Aldrin llegó el
segundo
y precipita al mundo los
lactantes.
Nada de carita de queso
ni llenita de cascabeles,
“fly to the moon” de Sinatra
y su reflejo sobre los charcos.
La del influjo poderoso,
la del claro sobre el
bosque,
la del piano de Debussy
y a la aúllan los
animales,
la de la manada del lobo
de efectos sobrenaturales,
la que fertiliza los
campos,
y es alcahueta de los
amantes.
Munich, 26 de enero del 2016
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