Si eres grande, si eres todo y dueño de todo, si todo lo
puedes, ¿por qué perdonas lo imperdonable?
Cinco veces se arrodilló mi sombra, cinco veces mi alma se
postró ante ti y en mi terror prometí no
apartarme de tu camino. Y las cinco, ya salvado, renegué de tu poder y mis promesas.
¿Recuerdas la primera, cuando aún niño me aferré a la retama
que por tu fuerza me salvó de rodar por la ladera afilada del monte de fuego?
Fue la segunda aquella noche sin luna en que ardía de fiebre
y bubas, a solas en la cabaña, y tu lluvia fresca entró por la ventana y alivió mi
frente, limpió mis miembros y me sanó entero.
“Dueño de la Sangre Detenida, cambia la voluntad del juez –te
rogué-, que no me condene y no volveré a matar”. Tú cumpliste. Yo no.
Me concediste la cuarta salvación con el repentino capricho
de la cobra, que dejó de acecharme para saltar
sobre un imprevisto ratón.
Y ayer mismo se cumplió la quinta, cuando vencido de voces
siniestras, te supliqué un camino que me sacara del Túnel de Los que No Regresan.
¿Cuántos miembros tendré que cortar, cuántos santuarios
destruir hasta lograr que tú me castigues?
Señor de las Palabras Infinitas, una y otra vez infrinjo tus
leyes buscando la paz del castigo, pero tú nunca calmas mi sed de justicia, tú
me defraudas con el perdón que derramas
sobre mí como quien derrama sal en la
boca del sediento, como quien trata la rabia del mercenario impío masajeando su
corazón con la más rasposa de las arenas.
Acaba conmigo, no premies mi vida de maldad creciente, ¿no te
bastan mis crímenes? Nudo del Destino, Padre de las Generaciones Innumerables: tú
me haces como soy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario