Entró El Tris. Quedó lelo. La casa, sus techos, la cascada, el mural de Juanita, paredes de tapia pisada propias de los ‘patiamarillos’, un espectáculo arquitectónico.
El Tris se sentó a la mesa. Venía de un malestar que le impidió almorzar completo.
El Tris empezó a hablar bien porque lo necesitaba —a veces hay que sacar el alma a relucir para apachurrar los esqueletos—, bien porque nos encontrábamos tras un olvido de más de treinta años —y fue tanta la emoción mía cuando supe que Juana, la ceramista de cuyas manos brota la hermosura, estaba casada con El Tris, que la abracé emocionado, y le pedí a Nefertiti, la querida Nelly, que invitara también al Tris—.
Luis F., la bella jordana traída de Petra —Liliana—, Ricardo, La Cucha, escuchábamos lelos a El Tris. Nos contó, emocionado, alegre, riendo y a veces llorando, sus setenta y un años.
Nació tan chiquito, tras un parto de su madre a los cincuenta y tres años, que su padre le dijo a todos sus doce hermanos: «al Tris no me lo tocan». De allí en adelante El Tris hizo lo que quiso: jugar con Goggel a los tres años de edad al trencito en medio de quesos y yogures de Alpina; chupar teta hasta los cinco años, e ir a la escuela a ser arrullado en los senos fantásticos de la profesora Margarita; ingresar al MOIR en los jardines fenomenales de la UN revolcándose en medio de cien ideologías y mil luchas guerrilleras, abanderando un Nuevo Mundo ideal; dormir en el apartamento de Samper —Pekín— dos años, protegido por las huestes de la revolución; casarse y divorciarse rapidito; bailar en Cali cuatro años seguidos, noche tras noche, ‘desnucando’ en su apartamento cuanta preciosa mujer se encontraba, en cantidad tal que en un rollo de sumadora, su amigo más cercano, le dijo: «Tris, aquí están los nombres, teléfonos y direcciones de decenas de ‘compañeras’ con las que usted durmió», y extendió el rollo de cuarenta metros de largo repleto de nombres; regresó a Sopó, tierra de sus progenitores, y sin un rúcano organizó con tres hermanos más ‘La Colina’: El Tris era el vendedor, dueño del veinticinco por ciento del negocio y con un doce y medio sobre las ventas… La Colina se expandió vertiginosamente por toda la altiplanicie cundiboyacense con sus yogures y quesos. El Tris se enriqueció pero sus hermanos le bajaron el ‘sueldo de comisionista’ tres veces. «Me compran o me venden», dijo El Tris: un arrume de billetes recibió y se fue a España a gastarse todo, absolutamente todo junto a la mamá de sus hijos. En dos años no le quedó nada, salvo un terrible drama familiar que resolvió por fortuna.
El Tris fue ‘cotero’ en Barcelona; vivió en un piso sin luz y sin agua; recogió muebles desechados en la calle para su propia vivienda; salvó a su hijita de la muerte; con cuatro pasajes se embarcó de nuevo a Colombia y esperó pacientemente a que su hija menor cumpliese dieciocho años, y se separó…
A Juana, la hermosa Juanita, El Tris que la había conocido años antes, la convenció con su labia extraordinaria, y los dos se fueron a dormir por primera vez y para siempre a un apartamento que El Tris tenía en los linderos de la cordillera de Los Andes en la Bogotá de los cielos estrellados.
Y aquí, oyendo durante seis horas a El Tris, en su sensacional monólogo, todos nosotros pasmados, encantados con el relato de su vida nos fuimos a comer pizza…
Querido Tris: mi felicidad, Hilde del alma, es enorme. Te envío estas palabras, Hildebrando de Sopó, porque la emoción es verdaderamente grande.
A Hildebrando Rodriguez, amigo de años, compañero de luchas, narrador de fantasías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario